
Les propongo, inteligentes lectores, partir de la idea de que hay dos clases de canarios: los que continuamente, por un lado, husmean en las noticias y hacen comentarios de lo humano y lo divino, amparados en seudónimos propios de las redes sociales; y luego, por otro, los que incapaces se muestran en elaborar apenas unas líneas y opinar debidamente por escrito, con educación y respeto.
Estas personas del segundo grupo literalmente nos asaltan y nos cuentan cosas del municipio, del ayuntamiento, de aquel funcionario, del otro, de los barrenderos, de las multas, de aquella concesión oficial o de lo que sea, de aquel acto festivo, del otro cultural y de las banderas que se colocan o dejan de colocar en las ventanas de la Casa Consistorial. Y lo suelen expresar como si fuera una confidencia, casi una exclusiva, para que otro sea quien lo amplifique. Tienen en común ambos tipos de personas una cosa: la cobardía. A estas alturas habrán descubierto que me refiero a los canarios que llevan la maldad por montera y no a los que buenamente nos cuentan sus visiones y particularidades. ¡Que quede claro, por favor!
Al final, como siempre, todo se descubre: cuando la ventolera se ha instalado en el territorio limitado de algunos cerebros, ya no hay nada que hacer. Más que nada porque el viento trastoca todo; todo lo mueve de sitio y los sitios cambian sin apenas percibirlo: se asemejan esos entornos a las nubes pasajeras que sobre nosotros bailan sin ser conscientes de su delicada presencia y de cómo matizan, al compás de desconocidos ritmos, el cielo azul y bardino, según las ocasiones.
Y, así, en esa situación de envenenamiento colectivo constante y maldad cotidiana perseverante echan su ratito delante del ordenador o, preferentemente, del móvil y, a veces, las menos, en la calle principal: una cosa aquí, otra cosita allá y, si los apuramos un poco con nuestro silencio, una crítica acullá que casi roza la maledicencia. Y se dicen medias verdades y mentiras completas, adornadas con el contexto preciso, como para aumentar la credibilidad de lo expresado. Y se presentan dichas personas en medio de la ignorancia misma de la que, por supuesto, no son conscientes; además, intentan desprender una imagen de Capitán Trueno totalmente desdibujada de nuestro querido y amado héroe de la infancia.
Suele ocurrir que cuando llega la ventolera a la azotea, no solo desaparecen las trabas de la ropa, sino la ropa misma.
Y, al quedarnos desnudos, el pensamiento serio y reflexivo ha ido a tomar por saco.
Juan FERRERA GIL
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