LA BRISA DE LA BAHÍA (181). Ventolera

Al final, como siempre, todo se descubre: cuando la ventolera se ha instalado en el territorio limitado de algunos cerebros, ya no hay nada que hacer.

Juan Ferrera Gil Lunes, 03 de Junio de 2024 Tiempo de lectura:
Ventolera. Juan FERRERA GILVentolera. Juan FERRERA GIL

Les propongo, inteligentes lectores, partir de la idea de que hay dos clases de canarios: los que continuamente, por un lado, husmean en las noticias y hacen comentarios de lo humano y lo divino, amparados en seudónimos propios de las redes sociales; y luego, por otro, los que incapaces se muestran en elaborar apenas unas líneas y opinar debidamente por escrito, con educación y respeto.

 

Estas personas del segundo grupo literalmente nos asaltan y nos cuentan cosas del municipio, del ayuntamiento, de aquel funcionario, del otro, de los barrenderos, de las multas, de aquella concesión oficial o de lo que sea, de aquel acto festivo, del otro cultural y de las banderas que se colocan o dejan de colocar en las ventanas de la Casa Consistorial. Y lo suelen expresar como si fuera una confidencia, casi una exclusiva, para que otro sea quien lo amplifique. Tienen en común ambos tipos de personas una cosa: la cobardía. A estas alturas habrán descubierto que me refiero a los canarios que llevan la maldad por montera y no a los que buenamente nos cuentan sus visiones y particularidades. ¡Que quede claro, por favor!

 

Al final, como siempre, todo se descubre: cuando la ventolera se ha instalado en el territorio limitado de algunos cerebros, ya no hay nada que hacer. Más que nada porque el viento trastoca todo; todo lo mueve de sitio y los sitios cambian sin apenas percibirlo: se asemejan esos entornos a las nubes pasajeras que sobre nosotros bailan sin ser conscientes de su delicada presencia y de cómo matizan, al compás de desconocidos ritmos, el cielo azul y bardino, según las ocasiones.

 

Y, así, en esa situación de envenenamiento colectivo constante y maldad cotidiana perseverante echan su ratito delante del ordenador o, preferentemente, del móvil y, a veces, las menos, en la calle principal: una cosa aquí, otra cosita allá y, si los apuramos un poco con nuestro silencio, una crítica acullá que casi roza la maledicencia. Y se dicen medias verdades y mentiras completas, adornadas con el contexto preciso, como para aumentar la credibilidad de lo expresado. Y se presentan dichas personas en medio de la ignorancia misma de la que, por supuesto, no son conscientes; además, intentan desprender una imagen de Capitán Trueno totalmente desdibujada de nuestro querido y amado héroe de la infancia.

 

Suele ocurrir que cuando llega la ventolera a la azotea, no solo desaparecen las trabas de la ropa, sino la ropa misma.

 

Y, al quedarnos desnudos, el pensamiento serio y reflexivo ha ido a tomar por saco.

 

Juan FERRERA GIL

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