
“Cuando me senté en la terraza de la renovada cafetería, ya de noche, donde la magia se confunde con las sombras, pude comprobar que el tiempo había sido algo así como una carrera desbocada y sin sentido de un caballo salvaje de aquellos que protagonizaban las viejas películas del oeste americano.
Luego, entre sorbos del delicioso cortado, que renovaba la sensación de felicidad, comprendí que las cosas suceden cuando tiene que suceder. Y la memoria, entonces, inició el viaje a un tiempo sin tiempo en el que la infancia se teñía de azul, incluso en aquel invierno suave que, recurrentemente, regresaba a la taza del café cortado y se diluía con la sacarina correspondiente.
Me pude percatar de que la mirada es solo una y que podía estar a la vez en el pasado y en el presente, donde me sentía capaz de mantener una agradable conversación que hablara de momentos únicos y remotos.”
































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