En defensa del Quijote

Carmen Quesada Reyes

¿Por qué leer esta obra del escritor del Siglo de Oro español?

 

En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme… es el inicio de la obra en la que ya un maduro Miguel de Cervantes se dirige al que él califica como “Desocupado lector” para invitarle a asomarse a las páginas de una de las más increíbles historias de todos los tiempos.

 

Tras don Quijote, ese personaje que ha traspasado la literatura para ser sinónimo de “soñador”, no sólo hallamos a un ser maravilloso que pierde la cordura de tanto leer las novelas de caballerías, que ve que tras los molinos a gigantes o que se enamora de una ruda campesina la que denomina Dulcinea del Toboso… Encontramos todo un testimonio de la época (lugares, acontecimientos e incluso recetas) y de las letras puesto que en esta creación cervantina la intertextualidad juega un destacado papel: las referencias a las novelas pastoriles se conjugan con los poemas amorosos y las aventuras que retrata la novela bizantina. Pero, el gran acierto del escritor no es otro que haber creado una novela de caballerías que va en contra del propio subgénero narrativo. Recordemos que El Quijote es una novela de caballerías con la que Cervantes hace una profunda crítica de un género que había llegado a notable deterioro, de tal forma que es la última de las novelas de caballerías en nuestra literatura.

 

Una obra, la del escritor alcalaíno, que es todo un juego literario pues desde sus inicios, se atrapa la atención del lector al afirmarse la existencia de un manuscrito con caracteres arábigos firmado por Cide Hamete Benengeli, tras cuya figura se esconde el verdadero autor: Miguel de Cervantes. Destacable es también el carrusel de personajes presente en sus páginas, desde sus protagonistas, Alonso Quijano, un hombre maduro que sueña con convertirse en un caballero andante, combatir las injusticias y rescatar, como sus precedentes, damiselas en apuros; y Sancho Panza, fiel amigo y escudero, en cuyas palabras se muestra el saber popular de la época. A ellos se suman personajes masculinos como el cura, el barbero, el bachiller Sansón Carrasco… y femeninos como el ama, la sobrina, la princesa Micomicona o Maritornes. Todos ellos testigos y, algunos cómplices, de las más inimaginables, cómicas y hermosas locuras del caballero andante.

 

Interesante es además la segunda de las partes de esta obra en la que los protagonistas, el viejo caballero Alonso Quijano y su fiel escudero, Sancho Panza, critican a Alonso de Avellaneda, el avispado escritor que decidió hacer llegar una segunda parte a ese público que tuvo que esperar diez años para que Cervantes le concediese el privilegio de disfrutar de las nuevas aventuras de unos personajes que habían atrapado su curiosidad y sus corazones.

 

Es pues, El Quijote, más que una novela. Es reflejo no sólo de la sociedad de una época en la que España comenzaba a perder su esplendor, en la que empezaban a derruirse los muros a los que hacía alusión Quevedo en su poesía, en la que los sueños se quebraban ante una dura realidad. Una obra, la de Cervantes, que nos muestra que es necesario soñar, que es imprescindible tener un objetivo, aunque éste sea una utopía, en la que la amistad como demuestran los protagonistas nos hace recorrer insospechados caminos y en la que la literatura es sinónimo de vida.

 

En un lugar de La Mancha de cuyo nombre quiero siempre acordarme.

 

Carmen Quesada Reyes

Profesora de Literatura en el IES Agaete Pepe Dámaso 

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