La influencia de la autoestima en nuestra forma de afrontar la vida
Hace tiempo que la palabra autoestima forma parte de nuestro lenguaje cotidiano y aunque no tengamos del todo claro lo que implica este concepto, la mayor parte de las personas relacionan tener una buena autoestima a quererse o aceptarse a uno mismo. Aunque es una visión profundamente reduccionista, me parece un buen punto de partida para hablar de algo que tiene unas consecuencias importantes en nuestra forma de afrontar el día a día.
De acuerdo con Coopersmith, la autoestima es la evaluación que hace el individuo de sí mismo y que tiende a mantenerse; expresa una actitud de aprobación o rechazo y hasta qué punto el sujeto se considera capaz, significativo, exitoso y valioso. Por su lado, Vera, describe la autoestima como el sentimiento o percepción que cada uno tiene de sí mismo, teniendo la capacidad de valorarse considerando los aspectos mentales, corporales e individuales que forman parte de la personalidad del ser humano.
Esta valoración cargada de afectividad del conjunto de características que reconocemos como propias puede dar lugar, de forma muy general, a dos tipos de autoestima: alta o baja.
La autoestima alta, en rasgos generales, implica tener una imagen positiva de sí mismo o una valoración afectiva favorable de las características que identificamos como propias. Poseer una autoestima alta no tiene relación con rasgos narcisistas, más allá de eso, Bizama destacó que las personas con autoestima alta están más abiertas a nuevas experiencias y aprendizajes, de la misma forma que el miedo al fracaso tiene menos peso en ellos. Como es lógico, esto posee una implicación importante en el proceso enseñanza aprendizaje, en el que es necesario asumir retos y experiencias para adquirir nuevas capacidades o conocimientos sin que el miedo al error nos limite.
La autoestima alta hace más proclive a los individuos a conseguir sus metas, que además son más exigentes, estimulantes y desafiantes, principalmente porque desarrollan una mayor constancia ante las tareas.
Por el contrario, la baja autoestima, implica tener una imagen negativa de sí mismo o una valoración afectiva desfavorable de aquellas cualidades que reconocemos como propias, encontrando pocas o muy pocas razones para sentirse orgullosos de sí mismos. Nathaniel Branden destacó que las personas con baja autoestima tienden a infravalorar sus éxitos, que atribuyen a causas externas o fortuitas, dando mayor importancia y peso a sus fracasos, que atribuyen a causas internas.
Esta identificación continua con el fracaso les hace inseguros ante lo nuevo e incapaces de reconocer sus propias capacidades, creando una “falta de objetividad ante la realidad” por el miedo a lo nuevo.
Es fácil entonces entender, que la forma en la que afrontamos los retos del día cambia notablemente en función de la autoestima que tengamos. Esta es, sin duda, una de las razones por las que considero de crucial importancia trabajar desde edades tempranas, y con la participación de las familias, el desarrollo de una autoestima alta. Lógicamente, y a tenor de lo que se ha argumentado en el presente artículo, será uno de los pilares en los que se sustentará el futuro bienestar de los niños y niñas de hoy.
Abraham Ramos Viera
Psicopedagogo
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