La magia de lo breve

Josefa Molina

[Img #10531]El pasado sábado, 20 de abril, la biblioteca municipal de Gáldar acogió la celebración del II Encuentro de Microficcionistas Agáldar, un evento organizado por la Asociación de Escritoras y Escritores Palabra y Verso, que reunió a una veintena de autoras y autores del género así como a un numeroso grupo de amantes de la microficción y de la literatura en general.

 

El evento acogió que, entre otros temas del programa, la presentación de las novedades de la Colección Digital de Microficción Femenina ‘Breves y contundentes’, de Editorial BGR, y contó con dos charlas muy enriquecedoras sobre el género así como una conversación con autoras del género que invitaron a la reflexión sobre su génesis y definición,

 

La microficción es un género de consolidada tradición en Hispanoamérica que empuja cada vez con mayor fuerza en España y en Canarias y, aunque tengo la sensación de que ha llegado un poco tarde al Archipiélago en comparación con nuestros países hermanos de lengua castellana, desde luego ha llegado no solo para quedarse sino para asentarse con mucho acierto y calidad literaria, especialmente por parte de escritoras que, sin duda, reinan en el Archipiélago en cuanto a la creación dentro de este género literario.

 

No en vano existen en las Islas diversos certámenes de microrrelatos como el concurso de microrrelatos Breña Baja Mágica, el Puro Cuento de San Miguel de Abona, el del relato hiperbreve de El Sauzal o los impulsados anualmente por Casa África, Fundación Mapfre o la Universidad de Las Palmas o de La Laguna, por nombrar solo algunos. Lo cierto es que en la actualidad las opciones para participar en un concurso de microrrelatos son múltiples. Basta con bucear un poco en la página web escritores.org para cerciorarse de la amplia oferta de concursos de microrrelato que se promueven por toda la geografía española. (Nota: por cierto, que digo yo que no estaría nada mal que la página web a la que hago referencia cambiara su denominación a fin de hacerla un poco más inclusiva. Las mujeres también escribimos.)

 

Una se plantea si la proliferación de estos concursos responde a la voluntad real por parte de las cientos de admnistraciones y entidades públicas de promocionar la escritura y la lectura o responde más bien a la intención populista de hacer un poco de postureo a través de ellos: unos cuantos euros y ya tenemos un premio. Miren, somos guay, ¡apostamos por la cultura!… Ahí lo dejo para la reflexión colectiva.

 

En todo caso, a pesar de que sus objetivos sean loables o no, lo que personalmente me interesa es la promoción que se realiza a través de los concursos a la escritura y a la lectura. Creo que son herramientas muy útiles, sobre todo, porque pueden ayudar a que la persona que escribe se vea alentada a seguir creando a través de la palabra. A la creación artística siempre hay que motivarla y apoyarla. Y en ese apoyo, el público es crucial porque que las facturas, señoras y señores, hay que pagarlas. Que la cultura cuesta tiempo, esfuerzo y dinero hacerla efectiva y real.

 

Pero volvamos a los concursos. Tampoco hay que caer en la ingenuidad: que ganes un premio no te lanza a la inmortalidad ni te encumbra directamente al parnaso. A ese summun solo puede aspirar la obra que resiste el demoledor paso del tiempo. Y aun así, puede que como autor o autora seas engullido indefectiblemente por el agujero negro del olvido. O si no que se lo digan a José Echegaray, Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre y a Camilo José Cela, nuestros cinco Premios Nobel de Literatura, ¿quién lee sus obras en la actualidad?

 

Por mi parte, me inclino a divertirme con lo que escribo y sobre todo, a que se divierta leyendo quien se acerque a mis textos, sin muchas más pretensiones. Aunque tampoco voy a mostrarme ante ustedes como una hipócrita: a todas y todos nos gusta un dulce. A mí también, ¡qué carajo!, pero sin sufrir con ello más de lo necesario. Me basta con escribir intentando hacerlo cada vez con un poco más de calidad y de publicar de vez en cuando. Que tampoco está mal.

 

Dicho lo cual, volvamos a la microficción. Creo que la profusión de la creación ‘en breve’ en cierto modo responde a nuestro trepidante modo de vivir. Ya apenas tenemos tiempo para nada y mucho menos para leer. Preferimos pasar dos horas delante de majaderos vídeos de gente bailando en tik tok y de perritos haciendo monadas en instagram; viendo series en las diversas plataformas creadas para mantener nuestras posaderas ancladas frente a la televisión y, sobre todo, para meternos por los ojos el supuesto ideal occidental de vida happy end (¡eso sí que es ficción!), generándonos la absurda necesidad de consumir esto o aquello o lo de más allá, que invertir esas dos horas en cultivar la masa gris de nuestro cerebro. Y sí, yo también peco de tontalaba pegada al móvil, no se crean.

 

Es decir, no queremos tener tiempo para leer –ni para escribir: tampoco estamos dispuestos a invertir doce años de nuestra eufórica vida en la redacción de una novela como hizo Thomas Mann con La Montaña Mágica- y eso, en cierto modo, ha hecho que prolifere también la presencia de un género narrativo que, por su propia esencia, se caracteriza por su escasa dotación en cuanto al número de palabras.

 

Un tema este que, por otro lado, ha dado lugar a las diferentes maneras de denominar a los textos del género: minificción, microficción, microrrelato, cuento breve o minicuento, entre otras, así como al debate sobre el número de palabras que debe o no conformar un texto de microficción. Les comento que existen varias tesis doctorales que profundizan en estos asuntos y son numerosas las obras que profundizan en las claves del género, entre ellas “Cómo escribir un microrrelato’ de Ana María Shua.

 

Todo ello nos conduce a la importancia de este género creativo porque, no nos engañemos, el hecho de que el texto de microficción sea corto en cuanto a su extensión en palabras no significa que no sea contundentemente literario en cuanto a su contenido. Y es esa contundencia, ese impacto, ese golpe, el que hace que el microrrelato sea lo que es: un enorme género literario que logra despertar la imaginación del público lector.

 

Ahora bien, el microrrelato tiene sus características muy bien definidas, a saber: brevedad extrema, indefinición semántica, complejidad en el proceso de creación y, sobre todo, la exigencia de una persona que lee competente, es decir, capaz de interpretar la intertextualidad. Esto hace que la microficción ostente un carácter narrativo interno al que puede costar llegar a la persona poco avezada en la lectura.

 

¿Quién le iba a decir a Ramón Gómez de la Serna que de aquellas breves composiciones en prosa que fueron las greguerías surgieran los textos de minificción? ¿Qué se iba a imaginar Rubén Darío cuando promulgó aquello de que se debía escribir atendiendo a la máxima depuración estilística sería considerado como uno de los propulsores de este género narrativo? Si les interesa profundizar en los orígenes, les aconsejo acercarse a la interesante tesis doctoral “El microrrelato en la literatura española. Orígenes históricos: modernismo y vanguardia” del doctor en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna, Darío Hernández Hernández, impulsor, entre otras cosas iniciativas, del Simposio Canario de Minificción.

 

El caso es que los textos de minificción conforman una nueva forma de expresión narrativa, el eslabón más breve que se suma a la cadena de la narratividad, junto a la novela, la novela corta y el cuento, poniendo a disposición del público lector unas composiciones narrativas que nos invitan a leer con profusión, de forma rápida en cuanto a las palabras pero con todos los sentidos puestos en cuanto el contenido. Porque en microficción no importa tanto lo que está escrito sobre el papel sino todo lo que es necesario leer entre líneas, es decir, la intertextualidad, y para ello, hay que contar con una mochila literaria a las espaldas.

 

En definitiva, con todo lo expuesto, lo que les quiero transmitir es que la microficción lejos de constituir un género literario de pocas palabras, es un enorme género literario que nos introduce en la creación literaria a través de textos desprovistos de florituras, de narraciones que van al grano y de creaciones que exigen las palabras justas y directas.

 

Ya que, tal y como afirma el refranero español, ‘a buen entendor, pocas palabras bastan’ o ‘lo bueno, si breve, dos veces bueno’. Pues eso.

 

Josefa Molina

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