
La generación de cristal es un término acuñado por la filósofa Montserrat Nebrera, que hace referencia a la generación nacida en la década del 2000 y que describe a los jóvenes y adolescentes de esta generación como seres sensibles, vulnerables y con escasa tolerancia a la frustración.
Los padres de esta generación son aquellos criados en el autoritarismo.
Son aquellos que fueron conscientes, por fin, de la necesidad de un cambio radical en el estilo de crianza.
Pero estos padres, aunque con las mejores intenciones, se encontraron navegando por aguas desconocidas y sin referentes claros. Este vacío generacional, caracterizado por la falta de modelos a seguir y la ausencia de una guía sólida, condujo a la transición hacia el otro extremo, la permisividad más absoluta.
Como siempre, los padres/madres, lo hacen lo mejor que pueden y saben con las estrategias que tienen y el nivel de consciencia que van desarrollando.
¿Pero qué pasó? ¿Cómo pasamos del autoritarismo a la permisividad?
Esta generación de padres conscientes del cambio, tenía como premisa no tratar a sus hijos como ellos fueron tratados y dar a sus hijos lo que ellos no pudieron tener.
En primer lugar, dado que estaban desprovistos de modelos de crianza alternativos, se vieron tentados a adoptar un enfoque extremadamente permisivo, creyendo que era la mejor forma de evitar repetir los errores del pasado. Esta falta de equilibrio entre la autoridad y la libertad llevó a una crianza desestructurada y carente de límites claros, dejando a los niños sin la orientación necesaria para desarrollarse plenamente.
Además, esta generación de padres enfrentó una serie de desafíos sociales y culturales que complicaron aún más su labor. El rápido avance tecnológico, los cambios en los roles de género y la prolongación de la adolescencia, impulsada por dificultades en la inserción laboral, plantearon nuevas preguntas y dilemas sobre cómo criar a los hijos en un mundo en constante transformación.
Por otro lado, la falta de recursos y apoyo también desempeñó un papel importante. La escasez de programas de educación parental y la presión social y económica dificultaron aún más la labor de estos padres que intentaban romper moldes y hacerlo lo mejor posible.
Estos padres se convirtieron entonces en sobreprotectores y se asentaron en el extremo permisivo.
Esta experimentación con la permisividad extrema pronto reveló sus fallos. Los niños criados en este ambiente carecían de estructura y límites claros. La ausencia de guía y dirección dejó a muchos jóvenes desorientados y con dificultades para desenvolverse en un mundo que demandaba responsabilidad y autodisciplina; y dio como resultado una generación más sensible emocionalmente (por fin), pero también menos tolerante a la frustración, más sensible al rechazo y a la crítica, más demandante, más condicionada a los premios y reconocimientos, con una autoestima más frágil, una marcada indecisión, y una generación dependiente de la aprobación de terceros.
Aún así, la generación de cristal muestra muchas cualidades positivas, que abren paso a las siguientes generaciones, como la flexibilidad y la apertura en temas como la orientación sexual y la identidad de género o la facilidad para expresar emociones y pensamientos. Además, se les reconoce como altamente creativos y se vislumbra potencial para liderar los cambios sociales y ambientales, demostrando sensibilidad hacia problemáticas como el cambio climático y la responsabilidad social.
Esto indica que el extremo de la permisividad fue necesario en el cambio de paradigma y de estilo de crianza. Sirvió como un catalizador que expuso las deficiencias del autoritarismo y demostró la importancia de encontrar un equilibrio entre la firmeza y la comprensión en la crianza.
Esta fase de experimentación evidenció la importancia de establecer límites claros, ofrecer orientación y apoyo, y fomentar la autonomía y la responsabilidad en la infancia. También resaltó la necesidad de cultivar una relación basada en el respeto mutuo y la comunicación abierta, en lugar de imponer el control a toda costa.
Gracias a la experiencia adquirida durante esta época de extremos, la sociedad pudo trazar un nuevo rumbo hacia una crianza más respetuosa y equilibrada. Reconociendo la importancia tanto de establecer límites claros como de honrar la autonomía y la individualidad de los niños.
Estos padres no sólo lo hicieron lo mejor que pudieron y supieron, sino que además intentaron implantar un nuevo estilo de crianza basado en la empatía y dando valor a lo que antes nunca se dio, el desarrollo emocional. Y eso, fue un gran paso, con sus fallos y sus consecuencias, pero un salto cuántico en el pensamiento y patrones habituales hasta entonces.
Gracias a la generación de cristal, hoy estamos en la ruta hacia una crianza más respetuosa y consciente.
Harídian Suárez
Trabajadora social y Educadora de Disciplina Positiva
(@criarconemocion)
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