Muy tibia
Pequeño hablante, de Andrés Neuman (2024), es una obra muy íntima, y muy tierna, y muy poética… Y, en la página 77, su hijo, en un descubrimiento inconsciente del lenguaje, le indica, a propósito del agua, lo siguiente: «Quiero muy tibia. ¡Muy!». Su hijo, posiblemente, desconozca la ambigüedad que otorga un adverbio al que se le presupone ‘indica grado alto de la propiedad mencionada’. Un grado alto de tibieza. Algo muy tibio puede ser algo cerca del calor que quema o lejos de este, a las puertas del frío. Tibio, entonces, sería el punto más equidistante. ¿Más equidistante? ¿Se puede ser más equidistante? Una vez le escuché a alguien decir que una amiga suya estaba un poco embarazada, como si aún no hubiese llegado al punto de no retorno. Para él, deduje, estar muy embarazada sería irreparable. Quizá pensaba que en aquel momento cabía la posibilidad de desembarazarse, con la de acepciones que trae consigo este verbo.
El lector habrá inferido que esta tibieza en grado de muy trae consigo un contexto de bienestar extremo: el niño busca un espacio muy agradable el mayor tiempo posible. Los padres, al menos a mí me está ocurriendo, debemos aprender el idioma de los hijos, a sabiendas de que, en no pocas ocasiones, escucharemos lo que nuestra mente quiere y no lo que el niño o la niña realmente desea.
«Esta semana acabas de iniciarte en los conceptos intermedios. ¡Son tan contraintuitivos! Aceptaste mediano con cara de renuncia. Algo que no es ni grande ni pequeño, en el fondo, es absurdo» (p. 77). Algo tibio también. ¿Qué se entiende, pues, cuando decimos que nos hemos duchado con agua caliente? ¿Caliente hasta el alarido? ¿Cuándo deja el agua de estar caliente para estar tibia? ¿Qué grano hace el montón?
No dejo de pensar en estos callejones, en los códigos que utilizamos a diario para comunicarnos unos con otros y si, en realidad, nuestros interlocutores se van a casa pensado que muy tibio es algo cerca del calor o lejos del frío. Cuando una canción, por ejemplo, es muy bonita, ¿no es ya hermosa? Tibio es ‘templado, ni frío ni caliente, indiferente y poco afectuoso’. El agua tibia es un líquido que nos desprecia con su desinterés; el agua muy tibia no está ni muy fría ni muy caliente, pero sí que es muy indiferente o muy poco afectuosa. Su hijo, nos cuenta más adelante, «Ha descubierto las fuerzas adverbiales [y] las desliza en cada frase que logra producir» (p. 109).
El problema, concluyo, no está tanto en el adverbio como en la falta de compromiso del adjetivo, en una indecisión inherente a su significado. Decía Manuel Tamayo y Baus que Pilatos, con sus manos tan lavadas, era quien más sucias las tenía. Habría que ver cómo de tibia estaba el agua.
Sin duda, o con todas las que pueda sugerir el adverbio “muy”, Neuman consigue un texto muy lírico, muy confesional, muy analgésico en padres como un servidor y, sobre todo, de una ternura casi imposible.
Cristo J. Saavedra Sarmiento
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