La primera foto

Quico Espino

Álbum familiar. Quico EspinoÁlbum familiar. Quico Espino

A veces los planes que uno hace se quedan en nada. Como dice mucha gente, hoy estamos aquí y mañana no sabemos. Pero, claro, hacer planes de futuro es algo inherente al ser humano, aunque en muchos casos no se realicen porque estamos inmersos en una sociedad que nos obliga a meternos en berenjenales que no queremos, como es el caso que les cuento a continuación.
 
Corría el año 1935. Poco después de hacerse la primera foto juntos, mi padre le pidió matrimonio a mi madre y acordaron que se casarían entrado el verano del año siguiente, cuando él hubiese cumplido los veinte. Ella cumplía la misma edad dos meses antes y de ello se valió siempre para decirle, con retintín: “cuidado, cuidadito, que soy mayor que usted, caballero”, jugando además con el hecho de que Caballero era el segundo apellido del que sería su esposo durante cuarenta y dos años.
 
Se conocieron en el almacén de tomates donde ambos trabajaban, ella empaquetando la fruta y él de chófer de un montacargas que subía el producto a los camiones que iban al puerto de la capital, rumbo al extranjero. En tiempos de zafra había que trabajar de noche y a mi madre le preparaban una tarima con cajas de tomate para que  se pusiera a cantar, de manera que las otras empaquetadoras se espabilaran mientras escuchaban las canciones, que solían ser coplas y boleros.
 
Así fue como mi padre se enamoró de ella, oyéndola cantar, morena, pequeña, bonita, con una voz que lo embelesaba, y más de una vez el encargado lo reconvino: “chacho, Pedro, que te quedas embobado. Espabílate, mi niño, que el camión hay que cargarlo”.
 
Eso mismo, “espabílate, Pedro”, le dijeron al año siguiente los militares golpistas, que lo reclutaron a su pesar y que se lo llevaron para la península a matar rojos, poco después de cumplir veinte años. Treinta y seis largos meses estuvo allí. Amargado, penando, pensando en María, su novia, con la que se habría casado de no ser por la guerra fratricida en la que se vio involucrado sin querer.
 
[Img #16903]
 
María lloró desconsolada cuando recibió la foto de él haciendo guardia. Se lo imaginó en las batallas, disparando contra los republicanos y le dolió esa idea, porque ella, que había tenido una maestra que le hablaba de Emilia Pardo Bazán, de Clara Campoamor y de Victoria Kent, se sentía republicana y habría votado en las elecciones de 1933, las primeras en las que las mujeres españolas pudieron votar, si hubiese tenido veintitrés años. Pero entonces sólo contaba diecisiete.  
 
Veintiuno había cumplido cuando se sacó esta foto de estudio para mandársela a su novio:
 
[Img #16902]
 
Como casi siempre estaba de luto, se puso el traje negro más bonito que tenía, con un mínimo de escote y los brazos al aire, a pesar de que su madre insistió para que se pusiera otra prenda, más una lazada blanca que embellecía su pecho.
 
A mi padre se le saltaron las lágrimas cuando le llegó la foto y, presumiendo de lo guapa que era su novia, se la enseñó a todos, pensando que, a lo peor, no la volvería a ver más.
 
Por suerte no fue así. Gracias a eso he podido contarles esta historia.
 
Texto: Quico Espino
Fotos: álbum familiar
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