Hoy, un domingo de octubre de 2022, la ciudad ha amanecido con un cielo troceado de nubes, como desperezándose, que destacan en el fondo azul como si un mar en las alturas fuera. Esta mañana de otoño, medio calurosa, animaba a salir y a compartir las miradas, los saludos, las risas y los encuentros con los amigos: una terraza de la ciudad se convirtió en el espacio ideal en que la camaradería se verificó una vez más.

Como siempre, hubo de todo: risas, cuentos, atropellos de conversaciones cruzadas y, en esta ocasión, el nieto de uno de los nuestros se sumó a la fiesta del animado reencuentro. Aunque el pequeño aún no lo sepa, fue el centro de atención: es tal el poder que los niños transmiten, que si fueran conscientes se convertirían, tal vez, en “simpáticos tiranos”…

Pero yo quería hablar de que el cielo aruquense de esta mañana dominguera vino para indicar que el día se mostraba en todo su esplendor, donde los cachos de nubes, que podemos observar en la foto, surcaban un cielo que desprendía amistad y alegre conversación. Una mañana deliciosa, sí: de esas que nos reconcilian con el género humano; por otro lado, tan imperfecto y caprichoso.

Una mañana donde la quietud venía a mezclarse con la espuma de la cerveza artesana y, desde su mismo aroma, hablaba de manos lentas y precisas que la han elaborado con cariño y disposición. Y había mucha gente en la calle. Y saludos casi continuos a unos y a otros. Y sin mascarillas: a pecho descubierto, donde la sonrisa se mostraba amigable, sensata y cercana.

Sí, una mañana llena de otoño.

Auténticamente norteña.

Juan FERRERA GIL