LA BRISA DE LA BAHÍA (172). Días blancos

Son días raros porque no llegamos a saber bien si hay o no calima, si hay o no calor o si lo que predomina es una cierta neblina que refresca la temperatura.

Juan Ferrera Gil Lunes, 01 de Abril de 2024 Tiempo de lectura:
Días blancos. Juan FERRERA GILDías blancos. Juan FERRERA GIL

Cuando los días se visten de blanco, donde la calima se mimetiza con la neblina (¿caliblina?) y las nubes de la panza de burro producen la extraña sensación de que dichas jornadas no quieren encenderse, ni amanecer siquiera, viene a conseguir que la caminata se ralentice, que la mirada escudriñe más de lo que suele estar acostumbrada y que el paseante sienta, de manera rara y casi novedosa, que pisar las calles nuevamente de la ciudad aruquense es otra actividad que cada día se renueva.

 

Cada caminata siempre se nos antoja distinta a la anterior: a veces, por el saludo a las personas con las que nos cruzamos; otras, porque cada itinerario significa que el día, aunque blanco, obedece a un criterio que todavía no llegamos a comprender. Y no es que no encontremos una explicación física y meteorológica a la situación: no es eso, sino que todavía no llegamos a comprender la metáfora y el tiempo literario que vivimos.

 

Son días raros porque no llegamos a saber bien si hay o no calima, si hay o no calor o si lo que predomina es una cierta neblina que refresca la temperatura. Y el mar, alejado, tranquilo como un plato que se escurre en el fregadero, parece señalar la travesía de los emigrantes que arriesgan lo único que poseen: sus vidas.

 

Estos días blancos hablan de lentitud y pachorra isleña combinada con antiguos acantilados que cuentan tiempos idos, amistades perdidas y ensoñaciones varias que vienen a animar el tedio blanquecino, síntesis de todos los colores, de amaneceres que no lo desean y que nosotros, habitantes perdidos, ignoramos si han despertado o no. Este sueño de ahora, donde la realidad viene marcada por noticias alocadas y políticas opuestas, es la repetición de la jugada que ya hemos vuelto a olvidar nuevamente. La Navidad solo ha sido un paréntesis.

 

Por eso los días blancos han sido tan personales y únicos que por unos momentos pensamos que la situación política se enderezaba, que los acuerdos se materializaban sin aspavientos y que la supremacía, mezclada con la arrogancia del poder perdido, si es que eso significa algo, había desaparecido de los periódicos y de las distintas emisoras. Sin embargo, el sueño deseado no se cumplió: aquellos días vividos fueron iguales a otros, más o menos azules, con chubascos incluidos, con nubes amenazantes, pero en el fondo no había nada nuevo: solo los egos revueltos de tantos zoquetes políticos que no saben mirar ni interpretar los nubarrones que sobre nuestras cabezas anidan.

 

Juan FERRERA GIL

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