
La farola de la pequeña iglesia que en la capital santacrucera nos hace sentir que vivimos un espacio diferente, en el que la realidad habla de un pueblo pequeño y coqueto, se torna cada tarde en un espacio de luz que no solo lo proyecta hacia los ocasionales transeúntes, sino que, además, deja ver que su amarilla iluminación ha venido para quedarse y ofrecer sus gratuitos servicios a los visitantes, que, al sentirse reconfortados en la tarde azulada, descubren que la farola es mucho más que un detalle: es la constatación de lo que un tiempo fue la bulliciosa y alegre ciudad, donde todo resultaba más entrañable y cercano.
Es la vieja farola el símbolo de una etapa que ha quedado atrás, como acompañando a otras tantas iniciativas que una vez fueron novedosas y extraordinarias.
Es, acaso, la confirmación de una realidad que ya no existe y que solo sirve para adornar una hermosa calle. Que no es poco.
Juan FERRERA GIL
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