Microrrelatos. Pinocha

Procedía de Tenerife, del municipio de Vilaflor, y presumía de que allí estaba el Pino de las Dos Pernadas, uno de los más altos de Canarias. Alguna vez, en lugares donde no conocían la palabra pinocha, le preguntaron que si era rusa. Ella explicaba entonces que se llamaba como las acículas, las hojas de las coníferas, término que procede del latín y que significa agujas, añadiendo que su verdadero nombre era Pino y que así se denominaba también su árbol preferido. 

Vivía cerca de Los Pinos de Gáldar y solía ir a diario a sentarse entre los árboles, mientras contemplaba el mar de nubes que tenía enfrente, con el Teide esplendoroso siempre sobresaliendo en el cielo, y oía el murmullo del viento entre las hojas, que, creía ella, se parecía al rumor de las olas.

Un día fue por su casa un amigo acupuntor y, después de departir un rato y de tomar una infusión relajante, le puso agujas por todo el cuerpo, sobre todo en las orejas, la barriga, las manos y los pies. 

Sin moverse para que no le dolieran las agujas, quieta, Pinocha se sintió igual que el árbol que se llamaba como ella y, relajada, complacida, notó que varias lágrimas furtivas manaban de sus ojos.

Pestañeó entonces y pensó en las gotas de agua posadas sobre las acículas después de la lluvia.

Texto: Quico Espino

Imagen: Ignacio A. Roque Lugo