La impunidad y el arte

Josefa Molina

[Img #10531]Hace unos días reflexionaba con una amiga poeta sobre los conflictos bélicos que asolan el planeta y el terrible genocidio que el gobierno israelita de Netanyahu está llevando a cabo contra la población civil palestina, con el beneplácito inexplicable del resto del mundo que mira para otro lado y no actúa, saltándose los principios más básicos de convivencia pacífica, respeto a los derechos humanos y legislación internacional.

 

En este contexto, coincidimos que, ante tanta miseria, tanto odio y tanta muerte sin sentido, apenas nos quedaba otra cosa que refugiarnos en el arte en busca de un poco de mesura, en busca de un poco de luz que nos ayude a seguir creyendo en la especie humana.

 

Al día siguiente, conduciendo de camino hacia mi lugar de trabajo, escuchaba en Radio 3 a la escritora, activista hispano-siria y experta en Oriente Medio, Leila Nachawati, referirse al mensaje de impunidad que el mundo político le está dando a todos los dictadores de hoy y del futuro y de cómo esa misma impunidad con la que actúan allá en el lejano Oriente o en los sobreexplotados países de África, tan lejos de Europa, nos terminará pasando factura.

 

Porque cuando el mal llamado 'primer mundo' tenga que levantar su voz y posicionarse frente a un dictador que surja en pleno corazón de Wall Street, en los campos Elíseos o en los aledaños del Palacio de Westminster, comprobaremos que la democracia occidental no tendrá peso moral ninguno para exigir que se cumplan las leyes internacionales y ni que se respeten los derechos humanos en su territorio, dado que no ha sido capaz de exigir el mismo respeto ni de hacer efectivo que se aplique la misma legislación en los países subyugados por la presión del matón de turno, sea este Putin, Netanyahu o Trump, cuya reelección, me temo, nos traerá más tensión y conflicto al mapa geopolítico internacional.

 

Ante este panorama tan deleznable de la actual situación económica y política del mundo, ¿nos puede ‘salvar’ el arte? No sé si salvar pero al menos nos puede ofrecer caminos en los que encontrar una antorcha a la que asirnos ante el egoísmo del que hacen gala los países con mayor capacidad económica, que son también los que mayores atentados realizan contra el medio ambiente y contra la riqueza de los recursos naturales.

 

Recuerdo una afortunada visita que realicé en familia hace ya unos años a la Galería Ufizzi de Florencia, donde curiosamente coincidimos con el cineasta estadounidense Oliver Stone que visitaba el museo como un turista más. Pues bien, cuando visitábamos la esplendorosa galería, no podíamos más que recrearnos y dejarnos llevar por la belleza de las obras pictóricas y escultóricas del museo, una total delicia para los sentidos. El sumun llegó cuando a lo lejos divisé una obra del pintor del Quattrocento italiano, Sandro Botticelli. Se trata del ‘El nacimiento de Venus’.

 

Había visto este cuadro infinidad de veces en fotos publicadas en libros durante toda mi adolescencia, especialmente cuando estudié Historia del Arte en el instituto, y les puedo asegurar con total rotundidad que no es comparable ver un cuadro en una imagen reproducida en un libro o por internet que contemplarlo directamente en una galería, estar frente a él, observarlo de tú a tú.

 

Todavía experimento cómo se me eriza la piel, cómo aquellos trazos de la pintura de Botticelli se me cuelan por todos los poros y me conmueven de tal forma que casi brotan lágrimas a mis ojos. Les puedo contar con estuve como una auténtica idiota maravillada frente al cuadro durante no sé cuánto tiempo, de pie, sin moverme, recreándome en cada una de sus pinceladas, contemplando despacio y muy pausadamente las ondas del pelo de la Venus, los tonos de la vestimenta de las capas de los personajes, la sensación de movilidad creada por el pintor, la belleza del conjunto…

 

Aún hoy recuerdo cómo me sentí ante la magnificencia de aquella obra pictórica; cómo me encontré a mí misma ante la magia del arte, cómo me conmovió con la profundidad con de la que sólo te puede conmover el ARTE con mayúsculas. Y es que ese es el objetivo del arte: conmoverte, hacerte sentir algo, espolear tus entrañas, no dejarte indiferente cuando contemplas una pintura o una escultura, cuando lees un buen poema o te resistes a terminar una novela porque no quieres abandonarla, cuando visionas una película o te emocionas ante una pieza musical o una obra de teatro.

 

Eso es Arte, el resultado de una capacidad humana que hace a las personas tan sublimes que, por momentos, logra que nos reconciliarnos con nuestros congéneres. Porque el ser humano es tan magnífico que es capaz de crear cuadros tan sublimes como ‘El nacimiento de Venus’, como es también tan miserable como para ser capaz de realizar las mayores atrocidades y justificarlas sin pudor alguno: no soy yo, no, es la guerra, es la tradición, es la religión, es la política, son sólo negocios, my friend...

 

El ser humano no escatima argumentos para justificar la mayor de sus maldades y hacer ejercicio de las grandes de las impunidades cuando se siente poderoso, un semidiós sobre la faz de la tierra, con el poder de salir impune de atentar contra la obra más sagrada que ostenta este mundo: la vida, no sólo la humana, sino también la animal y la vegetal. (Un dato: cada año desaparecen de la faz de la tierra entre 15.000 y 60.000 especies animales debido a la destrucción que ejerce el ser humano sobre sus hábitats y desaparecen en torno a unos 10 millones de hectáreas de bosques, unos 14 millones de campos de fútbol. Insisto: ¡cada año! ¿Quién es el narcisista y egocéntrico destructor aquí?)

 

Sobre el arte en su conjunción con la maldad les invito a visionar una película dirigida por Lars von Trier ‘La casa de Jack’, con Matt Dillon de protagonista. Un film de 2018 que nos exhorta a reflexionar sobre la concepción de la creación artística desde la más absoluta falta de empatía y la arrogancia de un asesino en serie. Les convido especialmente a analizar con detenimiento el diálogo entre el protagonista Jack y el personaje Verge, trasunto del poeta griego Virgilio, interpretado por Bruno Ganz, que hace de guía del protagonista, como en la ‘Divina Comedia’ de Dante Alighieri, en su descenso a los infiernos. Eso sí, les advierto que deben de tener un poco de estómago para aguantar determinadas escenas de la película.

 

En el campo de las atrocidades contra la CULTURA, también con mayúscula, me viene a la mente la destrucción y masacre cultural de fanáticos religiosos como los talibanes cuando acabaron con los gigantescos Budas del Valle de Bamiyán, destruyeron la ciudad siria de Palmira o arrasaron ciudades milenarias de Afganistán ante la mirada incrédula del resto del mundo. La destrucción del patrimonio cultural por grupos terroristas que exaltan el más absoluto menosprecio por un legado que no es el suyo sino el de toda la humanidad. Pero también me viene a la mente la trágica imagen de la emblemática biblioteca de Sarajevo en 1992, símbolo de la destrucción y la barbarie contra la cultura europea.

 

Terrible, desde luego, pero mucho menos terrible y doloroso que el genocidio impune de más de 31 000 mujeres, niñas y niños, civiles a los que se bombardean desde el aire cuando van a recoger la ayuda humanitaria, bebés que mueren en sus incubadoras por imposibilidad de asistencia, menores a los que la vida se les va en una cama de hospital en Gaza por falta de alimentos y medicinas. Un GENOCIDIO, también en mayúsculas, al que Europa observa desde su torre de marfil, parece que no con tanta incredulidad.

 

Así que, sí, menos mal que nos queda la cultura, la literatura, la pintura... para seguir creyendo en el ser humano.

 

Por cierto, les recomiendo conocer la exposición ‘De Ancestros y Endemismos’, de la pintora canaria, Zoraida Rodríguez, que pueden visitar hasta el 26 de marzo, en el CICCA en Las Palmas de Gran Canaria. Una muestra de cuadros muy bellos que se ha visto enriquecida con la participación de un grupo de 33 escritoras y escritores de las islas, que han creado poemas y relatos inspirados en cada uno de las obras de la exposición. Sumar para crecer y embellecer.

 

Iniciativas como esta y otras tantas que fructifican cada día en nuestra tierra y que nos regalan la belleza del arte en todas sus disciplinas y espacios de desarrollo, me invitan a pensar que sí, que tal vez podamos seguir creyendo en el ser humano.

 

Eso sí, me pregunto por cuánto tiempo y me gustaría responderme: por siempre. Espero no estar engañándome.

 

Josefa Molina

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