LA BRISA DE LA BAHÍA (169). Últimos besos

Es costumbre, o lo fue, darle un último beso al familiar fallecido como signo de amor y respeto y, sobre todo, de despedida.

Cuando le di un beso a mi padre en la frente, en los juveniles años perdidos en la memoria del tiempo, allí, en el ataúd destapado en la habitación grande, nunca llegué a imaginar que estuviera frío. Pero lo estaba. Aquel gesto, un ritual sobrevenido inesperadamente, ni sabía nada de su existencia, tengo para mí que era más frecuente de lo que pensaba. Muchos años después me encontré con ese mismo detalle y me llamó enormemente la atención que una persona joven fuera la encargada de avisar a los deudos, sobre todo, a los más jóvenes. No tuve la picardía de adelantarme a los acontecimientos: estaba mirando para otro lado. Y solo pretendía advertir a mis jóvenes hijos que ese gesto, “el beso al finado”, tenía carácter opcional y no una obligación trasnochada en la que alguien se erigía como representante de la tradición mortuoria.

Tal vez, ahora, todo sea más aséptico. Aunque, la verdad, no sé si es mejor. Y quiero pensar que, como dice el refrán, “para gustos, colores”. Pues eso. Que cada uno es cada uno y en su derecho está, como no podía ser de otra manera.

Al final, compartimos algo en común: el dolor no nos lo quita nadie.

Juan FERRERA GIL