¿Por qué celebramos el 8 de marzo?

Josefa Molina

[Img #5361]La pasada semana reflexionaba en este mismo espacio sobre la importancia de celebrar los días de carácter internacional y regional así como sobre el por qué de su origen y de sus fines. Pues bien, hoy es uno de esos días para señalar en rojo en el calendario como una de esas fechas que no pueden pasar desapercibidas por todo lo que significa y todo lo que supone.

 

Me estoy refiriendo a la celebración hoy viernes, 8 de marzo, del Día Internacional de las Mujeres, un día cuyo objetivo es reivindicar porque, aunque parezca que estamos de fiesta por la algarabía, la música y la alegría que nos produce estar juntas, lo cierto es que lo que hacemos las miles de mujeres que nos colocamos detrás de las pancartas moradas y salimos hoy a la calle no es participar en una fiesta, sino participar de una actividad netamente reivindicativa. Porque ese es el objetivo del 8 de marzo: reivindicar la igualdad de oportunidades, de derechos y de obligaciones para mujeres y hombres.

 

Por eso, esta celebración que muchos, desde el desconocimiento y la estulticia más absoluta, califican de manifestación ‘de mujeres para mujeres y en las que solo participan mujeres’, es una ocasión preciosa para reclamar una sociedad más justa, más paritaria, donde todas y todos, seamos consideradas como lo que somos: personas iguales.

 

Esto no solo forma parte sino que es una de las características fundamentales de cualquier sociedad democrática que se precie: caminar mujeres y hombres juntos y gritar las consignas y los lemas que a todas y todos, hembras y machos de la especie humana, nos concierne.

 

El 8 de marzo no es solamente el día de las mujeres. Es también el día de los hombres. Y eso es lo que implica ser feminista: querer la igualdad real entre mujeres y hombres. ¿Quién con un mínimo de conciencia crítica no aspira a ello?

 

La celebración de este día, que la ONU instituyó en 1975, tiene su origen en las diversas manifestaciones protagonizadas por las mujeres en las que históricamente han reclamado, entre otros temas, mejores condiciones laborales, el derecho al voto y la igualdad entre los sexos.

 

Ya en la antigua Grecia, Lisístrata lideró una huelga sexual contra los hombres exigiendo el fin de la guerra y en la Revolución Francesa, las parisienses marcharon hacia Versalles para reclamar el sufragio femenino. Un hito crucial del movimiento feminista tuvo lugar en 1848 en Estados Unidos cuando Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Mott congregaron en Nueva York a cientos de personas en la primera convención nacional por los derechos de las mujeres, indignadas por la prohibición que impedía a las mujeres hablar en una convención contra la esclavitud.

 

No sería hasta 1893 cuando se lograría el voto para la mujer y fue en un país tan sumamente extraño y alejado para España como es Nueva Zelanda. En nuestro país este derecho no llegó hasta noviembre de 1933, cuando durante Segunda República española, se permitió por primera vez que las voces de tres mujeres, Victoria Kent, Margarita Nelken y Clara Campoamor, se escuchara en el Parlamento. Desde luego, aquel fue un hito histórico pero todavía faltaba por recorrer un largo camino hasta hacer efectivo el derecho al voto para las españolas. De hecho, este derecho fue anulado por la Dictadura franquista y no se recuperó hasta el inicio de la Transición, cuando quedó constituido por la actual Constitución de 1978.

 

Todo lo descrito forma parte de la historia y es de justicia recordarla. La pregunta es: ¿por qué si la democracia española y su carta magna, la Constitución española, en cuyo artículo 14, establece que “los españoles son iguales ante la ley sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social” todavía vivimos situaciones de clara discriminación y violencia hacia la mujer en nuestro país por el simple hecho de ser mujer?

 

No hay que irse muy lejos: tal y como expuse la pasada semana en esta misma columna de opinión, las españolas cobran hoy casi 5.000 euros menos que sus compañeros varones por un mismo empleo y siguen siendo asesinadas por la violencia machista. El pasado año fueron asesinadas 56 mujeres. Un dato terrible para un país que suponemos avanzado en derechos.

 

¿Tal vez sea porque en nuestra Carta Magna se habla únicamente de españoles y no de españolas? No es una ninguna tontería lo que estoy diciendo: la visibilidad de las mujeres comienza en y por la propia lengua. Las palabras son instrumentos de poder porque pueden cambiar conciencias; el uso de las palabras de una determinada manera pueden modificar la realidad de una manera u otra. Esto no es un asunto baladí. De acuerdo que era otra época y que la sociedad española no ostentaba la conciencia feminista con la que afortunadamente cuenta hoy gran parte de la ciudadanía de nuestro país, pero estamos en el siglo XXI y que se modifique la constitución para adaptarla a la realidad de los tiempos no debe de dar lugar a absurdos improperios ni provocar reticencia alguna.

 

Se trata de reivindicar VISIBILIZACIÓN, de exigir que SE NOS NOMBRE, que no nos dejen al margen. Formamos parte de esta sociedad. Soy española y quiero verme reflejada en la Carta Magna de mi país. Ni más ni menos.

 

Por eso, resultan de vital importancia los esfuerzos realizados para poner cara y voz a las mujeres en todos los ámbitos desde la historia a la ciencia, pasando por las artes, la literatura, la medicina, el deporte, la música, la judicatura, la política, la tecnología o la ciencia.

 

Durante los últimos veinte años, la lucha y los logros conseguidos por el movimiento feminista han traído consigo un cambio de paradigma en relación al papel de la mujer situándola en el centro mismo del pensamiento, no solo desde el campo académico sino lo que es más importante, desde el ámbito social y cultural, desde la conciencia ciudadana, que es donde se originan las revoluciones que transforman de verdad a la sociedad.

 

Hemos sido las mujeres quienes hemos venido realizando una constante labor de pedagogía social, política y cultural para hacernos ver, para hacernos escuchar, para abrirnos camino en un sistema concebido desde planteamientos y estructuras puramente patriarcales. Una labor que se ha visto materializada con cambios en la legislación que han hecho de este país, un país más igualitario y, por ende, más justo.

 

Un trabajo que, por cierto, ideologías trasnochadas del ultraderechismo se empeñan peligrosamente en revertir. Ya se sabe que al macho alfa le cuesta mucho aceptar que las mujeres ya no están para servirle. La hembra de la especie ya no es una esposa sumisa, ya no es el ángel del hogar, sino una persona que exige paridad y busca realizarse en igualdad de condiciones que él.

 

En cuanto al ámbito que me concierne más directamente, la literatura, la labor de poner voz a las mujeres escritoras también ha tomado un especial relieve durante la última década. Les traigo a colación varios ejemplos como la publicación de trabajos de investigación dirigidos a recoger las voces de escritoras, como el volumen “Antología de 100 escritoras canarias”, obra de la ensayista María del Carmen Reina, o las editoriales lideradas por mujeres que publican libros de autoría femenina. Asunto este de vital importancia dado que de los 65.815 libros inscritos en ISBN en el año 2022, tan solo el 37,8% fueron obras de mujeres.

 

Este esfuerzo también se ha realizado en el campo de la filosofía (Ellas lo pensaron antes, de María Luisa Femenias), de la historia (Prehistoria de mujeres, de Marga Sánchez Romero), de la novela policíaca (Detectives victorianas: Las pioneras de la novela policíaca, de Mary E. Wilkins), de la novela de género negro (Ellas también matan, coordinado por Anna Maria Villlonga) o de la narrativa de escritoras africanas (Ellas también cuentan, coordinado por Federico Vivanco), por nombrar unas pocas referencias entre las muchas a las que he tenido acceso en los últimos años.

 

Véase, por cierto, que el 99% de los trabajos de visibilización de las escritoras está impulsado a su vez por otras mujeres. Y esto tiene también su razón de ser: las mujeres, que históricamente hemos sido sustraídas de cualquier ámbito que sirva académicamente como referencia dado que directamente no se nos nombraba, hemos tenido que re-descubrir nuestros propios referentes deconstruyendo los paradigmas patriarcales predominantes y construyendo nuestras propias narrativas y genealogías.

 

Porque las mujeres de hoy venimos de otras muchas mujeres que antes que nosotras levantaron la voz, reclamaron igualdad, gritaron y se echaron a las calles para exigir, a veces incluso a costa de sus propias vidas, ser consideradas como lo que somos: el 50 por ciento de la humanidad.

 

Por eso hoy, 8 de marzo, es un día de fiesta, sí, pero sobre todo, es un día de reivindicación. Porque todavía muchas mujeres en el mundo son obligadas a casarse con apenas once años con señores que las usarán como esclavas sexuales; porque muchas mujeres hoy, ahora, en este mismo momento están siendo sometidas a infames operaciones para arrebatarles el derecho al placer; porque miles de mujeres son repudiadas y encerradas en sucios cobertizos cada vez que tienen la menstruación; porque millones de mujeres y niñas siguen siendo abusadas, humilladas y violadas en cualquier conflicto bélico en este mismo momento; porque ahí, en tu calle, en la mía, una mujer es prostituida por el proxeneta y el putero de turno viente veces al día; o porque millones de mujeres son asesinadas por el solo hecho de ser mujer en todo el planeta.

 

Por todas ellas, por nuestras abuelas y nuestras madres, por nosotras y por nuestras hijas y por nuestros hijos, compañeros y amigos, celebramos el Día Internacional de las Mujeres. ¡Feliz día a todas y a todos!

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