La cultura, ¿a coste cero?

Josefa Molina

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Hace unas semanas, una compañera de letras me comentó el caso de una escritora en ciernes que al presentar su manuscrito a una editorial, lo primero que le preguntaron, antes incluso de dignarse a leer su obra, era que cuántos seguidores tenía en sus redes. ¡Oh, my god! ¿Las editoriales confunden el número de seguidores con la calidad literaria de una obra? Por fortuna, no, pero es cierto que determinados editoriales ven en el número de seguidores a potenciales compradores de una obra, independientemente de la calidad de la misma. Lo cual no habla precisamente muy bien de ellas.

 

Tal y como señala el editor y poeta Martín Rodríguez-Gaona (Perú, 1969) en su sensacional ensayo Premio Celia Amorós, 'Contra los influencers. Corporativización tecnológica y modernización fallida (o sobre el futuro de la ciudad letrada)”: “el auge de influencers, instagrammers y otras celebridades electrónicas exige que los escritores requieran ser avalados por sus seguidores y números de ventas a fin de publicar o tener visibilidad: es decir, la escritura propiamente dicha, asumida en términos formales o discursivos, pasa a un segundo plano”.

 

Se premia el culto a la imagen y a los likes en contra del pensamiento y la reflexión; se busca la poesía pop tardoadolescente frente a una comunidad letrada y formada.

 

Las redes sociales han traído consigo la falsa creencia de que un texto tiene calidad en función de los likes logrados. Esto genera la perniciosa creencia de que para escribir bien no hace faltar leer ni escribir de forma adecuada ni mucho menos formarse.

 

El quid de la cuestión estriba en que el trabajo creativo no se considera una profesión, sino una afición, es decir, algo por lo que no es necesario pagar dado que el pago es en sí mismo el reconocimiento y la admiración por lo creado. El culto y el halago, sin más.

 

¡Pero si la cultura es sublimidad! ¡La cultura no tiene precio! ¡El arte de crear es otorgado sólo a unos pocos que han sido tocados por la varita mágica de las musas! ¿Qué más quieres? Date por satisfecho porque tienes ¡el don de crear! Es decir, creadoras y creadores, a trabajar ¡gratis!

 

Hablar de dinero, de lo que cuesta en horas invertidas y en materiales el acto de crear, está mal visto. Sin embargo, en algún momento hay que hablar de dinero, porque las personas que escriben, que pintan, que hacen teatro, que hacen cine, que esculpen la madera o la arcilla, tienen un estómago que alimentar y un alquiler al que hacer frente.

 

Afirma la escritora y ensayista Remedios Zafra (Córdoba,1973) en su obra 'El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital', texto con el que se hizo con el galardón Anagrama de Ensayo en el año 2017, que lo que moviliza en Múltiples ocasiones la cultura en nuestro país, no es el dinero que se pueda ganar a través de ella, sino el mero entusiasmo de quienes la hacen posible con su esfuerzo y su trabajo constante. “No hay sueldo, pero sí entusiasmo, a veces agradecimiento y aplausos, otros símbolos que importan, satisfacción solidaria que punza, pero no alimenta”.

 

El reconocimiento social es un pago necesario, por supuesto, pero nunca puede ser un pago suficiente.

 

El no-pago de la actividad cultural lleva intrínseco el sello de la precariedad del sector cultural. De ahí que muchas veces las compañías de teatro o los grupos musicales, por nombrar sólo algunos de los sectores artísticos, tengan que sumarse a los circuitos culturales subvencionados con el erario público a fin de poder subsistir de alguna manera.

 

Por cierto, que en esto de las ayudas públicas, desde los organismos públicos se suele apostar por las actividades que tienen una mayor visibilidad y una mayor atracción de público y no tanto por la calidad del producto cultural que se ofrece. La cultura entendida como rentabilidad popular.

 

Que tampoco me parece mal siempre que se apoye también a las y los creadores que no tienen tanta visibilidad pero que hacen cultura. También a ellas y a ellos hay que ofrecerles la oportunidad de ser contratados y promocionados con el apoyo del dinero público, que es dinero de todos y todas.

 

Mucho me temo que lo que subyace en el fondo es la consideración de la cultura como ese ámbito por el que no interesa apostar, de ahí que suela ser siempre la cultura, junto a la educación y el deporte, las áreas con menor presupuesto e inversión. por parte de las instituciones públicas.

 

En este punto, me gustaría indicar que el cierre de escuelas municipales de música y danza, como la de Lucy Cabrera de Agaete, con casi 30 años de historia, argumentando nula rentabilidad económica, no deja de ser una penosa decisión política que atenta directamente contra el patrimonio cultural, la formación artística y la educación musical de un pueblo.

 

Porque el arte no puede ser concebido como una actividad que contiene en sí misma un valor mercantil. Su valor va mucho más allá. Su valor trasciende el metal e interpela al ser humano de una manera que el dinero nunca podrá sustituirlo. Si aman el teatro, la música, la danza, la literatura, el cine… cualquier expresión artística, saben a lo que me estoy refiriendo.

 

Ahora bien, aunque el arte no ostente de por sí un valor mercantilista, desde luego quienes lo generan para que los demás podamos disfrutar de él, tienen que comer y, por tanto, debemos pagar por él. ¿Cómo? Pues abonando la entrada de una obra de teatro, de un concierto de música, de una película en el cine o el precio de una obra pictórica, de una escultura o de un libro.

 

Quedo ojiplática al observar cómo se multiplican en las ferias del libro las colas de personas, especialmente de jóvenes, para que los tiktokers e influencers de turno firmen su última obra 'literaria' -si a eso que hacen se le puede llamar obra literaria-. Personas que, a veces, no han llegado ni a obtener el título de educación secundaria firmando libros para otras tantas personas que, me atrevo a suponer, tampoco cuentan con un currículum académico de lo más extenso.

 

Podría argumentarse aquello de que 'bueno, al menos así la juventud lee algo'. Sí, claro, pero... ¿a qué precio? ¿Vale todo lo que se publica? ¿También es válido que nuestra juventud lea bazofia?

 

Como escribió Bertolt Brecht y cantaban los míticos Golpes Bajos, vivimos malos tiempos para la lírica; tiempos funestos para la creación en los que, no sólo se desprestigia la calidad de lo que se ofrece a través de la creación artística, sino de todo aquello que se crea al margen de los criterios establecidos por las redes o de los intereses de la explotación económica. Todos ellos son señalados como subversivos, como locos, como indeseables a los que poder crucificar desde el anonimato que otorgan las redes.

 

Hoy hacer cultura es estar al margen, es ir contra corriente. Leer hoy constituye un acto de revolución.

 

Háganme un favor: cuando pidan a un escritor que les regale un libro, a un ilustrador que les haga un retrato o a un músico que les componga una canción gratis, recuerden que detrás de esa actividad creadora hay muchas horas de trabajo y una importante inversión de tiempo y recursos materiales. Recuerden que los creadores también tienen que comer y pagar impuestos.

 

Ayudar a la cultura es pagar por ella. Apostemos por la cultura y procuraremos para nosotros mismos una cultura de calidad no sólo mediante nuestro reconocimiento, sino mediante nuestro apoyo económico.

 

Porque la cultura es de y para todos. La cultura nos engrandece como sociedad.

 

Conviene no olvidarlo cuando asistan a la próxima representación teatral o a la próxima presentación de un libro.

 

Josefa Molina

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