Supongo que las nuevas generaciones, en especial las personas que tienen menos de cuarenta años, no tendrán ni idea, salvo excepciones, de quién es Pepe Monagas, un personaje muy simpático con bigotazo, cachorra y cigarro virginio siempre cruzado entre los labios o entre los dedos, que utilizaba el habla dialectal canario para describir la vida y costumbres del pueblo con fin humorístico. Paisano socarrón, vestido con ropa de mauro, que salió de la pluma de Pancho Guerra, (1909-1961),
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… escritor de San Bartolomé de Tirajana que, aparte de “Los Cuentos de Pepe Monagas”, publicados en 1948, y “Las Memorias de Pepe Monagas”, editadas diez años más tarde, escribió otras muchas obras, en especial siete sainetes literarios que se publicaron a título póstumo, en 1962, entre los que se encuentran “A mí lo que me jeringan son los abusos” y “¿No fumas, inglés?, los cuales me han dado pie para contarles el incidente del que fui testigo hace ya un tiempo.
Pepe Monagas es también el protagonista de estos dos sainetes y yo los escuché de boca de su alter ego, Pepe Castellano (Las Palmas 1904-1967), al igual que presencié muchas de sus actuaciones en la plaza de Ingenio cuando era un chiquillo.
-¡Cállese, Pepito, por Dios, que me meo toa! –gritaba siempre alguna que otra mujer, riéndose a carcajadas.
-No se mee, cristiana, que si no haberá que rosiar la plasa con sotal pa que no se llene de pulgas.
Y, por supuesto, la mayoría de las mujeres se meaban de risa. Actor y personaje se fundían, porque Pepe Castellano daba el pego y era prácticamente igual al Pepe Monagas que había creado Pancho Guerra. Además, el comediante era avispado e investigaba siempre para ver si encontraba por los pueblos a alguna persona anecdótica que enriqueciera su repertorio. Y en Ingenio dio con mi abuela:
-¿Ustedes conosen a Peregrina Caballero, que es de La Joyeta ella? –Y ya la gente empezaba a reírse–. Pos resurta de que ella solía de poner un brasero con carbón bajo la cama pa calentar la alcoba, al ladito mismo de la basinilla, pa jaser sus nesesidades tanto ella como el esposo, y una noche se equivocó y… ¡ya se lo están imaginando! –decía Pepito, con picardía, levantando el clamor del público–. Pos ná, que fue y meó en el brasero, y al momento le dijo a su marío: ¡Ay, Astín, estoy sintiendo una caló subiéndome por mis partes parriba… que me estoy asando toa!
La gente se explotaba de la risa cada vez que Pepe Castellano se presentaba en el pueblo, encarnando a Pepe Monagas. Durante el primer lustro de los años sesenta del siglo XX recorrió todas las islas, pueblo tras pueblo, fiesta tras fiesta, y en Ingenio, para las fiestas patronales, siempre estaba él para poner la guinda a la celebración de los Firrimindinguis, que tenían lugar la víspera de la Candelaria o la de san Pedro.
“De cuando Pepe Monagas”…, era la forma de Pancho Guerra de dar comienzo a la mayoría de los cuentos protagonizados por su personaje, el cual se agarraba sus buenas trancas con ron de Arucas y un día, templado como un requinto, se metió en un velorio y apagó las cuatro velas que rodeaban el ataúd, donde yacía un conocido suyo, el cual había fallecido el mismo día que cumplía cuarenta años, y le dijo: “maestro Regorio, feliz cumpleaños, caballero”.
Bueno, para no alargarme les voy a contar ese incidente del que fui testigo en la Oficina, frente a la parada de los taxis de Gáldar, una esquina donde se ponían las vendedoras de pescado (a las que en Ingenio llamábamos barqueras), que eran tanto de Sardina como de Agaete. Yo solía comprarles pescado con frecuencia. Y un día presencié lo siguiente:
Bajaba en su coche por la calle de los taxis un inglés gordo y calvo, con fama de abusar de la confianza que le daban, que se detuvo frente a la Oficina. Mirando para una de las barqueras, hablando con el acento inglés del Gordo y el Flaco, preguntó:
-Señora, ¿tiene viejas para cuatro kilos?
-Sí, mi niño, sí tengo. Abájate –respondió ella.
Y él, arrimando el suyo para no impedir el paso de otros coches, se bajó y, de inmediato se puso a mirar descaradamente el pecho de la señora, que era bastante prominente.
-Mira tú, el jeringao éste, echao palante –dijo una de las vendedoras de pescado a otra, antes de que el inglés, que alardeaba de serlo, se atreviera a preguntar:
-¿Usted de dónde es señora?
-De Agaete, mi niño.
-Pues usted debe tener leche ahí para amamantar al pueblo de Agaete entero.
Nos quedamos todos de una pieza mirando para el inglés, el cual lucía una expresión de señorito repelente, pero la vendedora de pescado, ni corta ni perezosa, le espetó:
-Y más abajo tengo pelos pa ponerte a ti una peluca, malcriao.
Sobre la marcha, quienes estábamos presentes saltamos en tromba a insultar a aquel imbécil y le dijimos de todo menos bonito: mentecato, sanaca, bobomierda, zoquete, impertinente… y él, colorado como un tomate, se fue con el rabo entre las patas, sin pescado ni nada, para meterse en su coche. Y según lo arrancaba, una barquera lo increpó:
-¿No querías viento?, ¡pues echa la cometa!
Y otra, que no me extraña que hubiera escuchado los cuentos de Pepe Monagas, le gritó:
-¿No fumas, inglés?
Quico Espino
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