La esquina del cafetín. Juan FERRERA GILLa Esquina del Cafetín, un Libro Abierto, no es una esquina cualquiera: dotada de un aroma especial que se prolonga hacia la Montaña, tirando a magia norteña, mucho antes de que Harry Potter arrasara en las librerías, primero, y en los cines, después, continúa gozando de extraordinaria salud: gracias al Cafetín, los habituales clientes, entre páginas humeantes, diluyen las palabras nicotinizadas, las miradas profundas y las opiniones personales donde cada uno encuentra el párrafo al que tiene derecho: contribuye el bar del barrio a la salud mental de sus parroquianos, como si actuara permanentemente como un psiquiatra de guardia. Y eso es de agradecer.
En esa esquina que muestran las imágenes, el día de la Procesión de La Burrita, hace ya unos años, antes de que pasen los tronos y el cura, y los fieles y la banda de música religiosa con su marcha cansina y lenta, y poquito antes de que una lluvia de flores adorne aún más la calle, la magia, acaso el sortilegio, se apodera del entorno: sus vecinos salen de nuevo a mirar, como si estrenaran los ojos, para saber por dónde transcurre la existencia y en qué momento se producirá el ansiado encuentro: la esperanza consiste en conocer lo sucedido en los últimos doce meses: la conversación es la reina del lugar.
Y casi todo rula, en recurrente vuelta de tuerca, en torno al mismo tema: aquellos que ya se marcharon un aciago día, pero que, aún hoy, continúan asomados en sus ventanas o en las puertas francas de sus casas o se muestran, paseando, dispuestos a echar una mano; y, con la confección de las alfombras, regresa el recuerdo, aunque la frontera, ahora, resulte al mismo tiempo nítida y lejana, pero nunca distante. Algunos de los alfombristas apenas notan los cambios: han venido aquellos que quieren estar, a nadie se le niega la imprescindible ayuda. Y los que están arrodillados, o agachados, o sentados, trabajan con la sal y el serrín, y las flores, lo han verificado desde cualquier esquina alfombrada: saben que los momentos de concentración son tan aislados, únicos y precisos que sienten vivir de otra manera. Entonces, poco antes del milagro, levantan la mirada y la realidad, en ese preciso instante, ha dejado atrás la magia del color.
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Es lo que tiene el encantamiento norteño: difícil explicación por el camino único y exclusivo de lo real; como lo irreal desprende otra interpretación, como el mar que representa la otra parte de la isla, ambas realidades vienen a ser algo así como las dos caras de una misma alfombra: por un lado, la que percibimos desde nuestra novelera mirada y, por otro, la oculta, que encierra todo un mundo de ilusión, infancia, tenacidad, belleza y saber estar. Y mejor hacer. Sí, La Esquina del Cafetín admite todas las posibles lecturas, pero solo nos atrevemos a mostrar la que, modestamente, advertimos aquellos que de manera fugaz pasamos por allí y miramos: interpretamos con la imaginación.
La Esquina del Cafetín no solo mantiene el espíritu de La Cerera, una calle con vida y personalidad más que contrastada, sino que, además, sirve de nexo ilustrativo, como si enlazara oraciones compuestas en cuentos inacabados, distintos y diversos, donde internet no sirve para nada ni para nada se utiliza, que se dispone a enlazar los relatos más cotidianos en los que la verdad personal e individual encuentra su página: como el lugar es un libro abierto, cada párrafo representa la historia de una nueva alfombra y el conjunto contribuye, además de señalar, a marcar la exposición general, independientemente de calidades y originalidades: lo relevante es añadir un grano de arena, pequeño o grande, da lo mismo, que sirva para detenerse y cruzar unas palabras que dicen mucho más de lo que expresan.
Yo no sé explicar lo que La Esquina del Cafetín nos ofrece: solo sé que es un maravilloso rincón aruquense, sincero y tan lleno de canariedades individuales y mágicas que, al pasar por allí, tampoco deseamos profundizar más. No es necesario.
Y tal vez por eso resista no solo el paso del tiempo, otra entelequia, sino que, además, entre cigarrillo y cigarrillo esquinado de sus frecuentes y usuales contertulios, late una manera peculiar de afrontar la vida: que sigue siendo un regalo!!
Juan FERRERA GIL































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