Microrrelatos. "Alexa en el carnaval"

“Alexa, busca: ropas de fiestas típicas de Gáldar, Gran Canaria”. Al instante, la pantalla se llenó de fotos de personas vestidas con ropas de lo más variadas.

Josefa Molina Lunes, 05 de Febrero de 2024 Tiempo de lectura:

Su madre siempre le había dicho: “allá donde fueres, haz lo que vieres”. Llevaba apenas dos días en el pueblo y su objetivo era el de intentar encajar lo antes posible. Tenía un arte especial para relacionarse con los demás. 'Tienes don de la palabra', le decía su madre cada vez que le contaba los negocios tan prósperos que iba realizando en cada nuevo viaje.

 

Hacía años que se había dedicado a recorrer distintas ciudades en busca de nuevos clientes para sus mercancías de jabones y champús. Parecía increíble que en pleno siglo XXI todavía existieran comerciantes de su estilo, tipos expertos en colocar sus productos a las pequeñas tiendas al por menor. Pero ahí estaba él, resistiendo: el último mohicano de los champús.

 

“Es el don, hijo, el de la palabra, sabes cómo convencer a la gente”, le insistía su madre al otro lado del teléfono desde la pequeña aldea de la que había salido veinte años atrás para ganarse el pan.

 

Sin embargo, las ventas en aquel pueblo se le estaban resistiendo. Dos días y apenas había colocado un par de cajas de geles con olor a coco tropical a la pequeña tienda de la esquina del hostal donde se alojaba.

 

Entonces vio el cartel. Aquella noche se celebraba una fiesta de carnaval en la plaza del pueblo. ¿Una fiesta? Sería la ocasión perfecta para integrarse y conocer gente. Engatusarlos con su palabra...

 

Abrió su tablet y ordenó: “Alexa, busca: ropas de fiestas típicas de Gáldar, Gran Canaria”. Al instante, la pantalla se llenó de fotos de personas vestidas con ropas de lo más variadas.

 

-Ah - exclamó- pues sí que son raros en este pueblo...

 

Bajó a la recepción y preguntó a la dueña dónde podía hacerse con algunos de aquellos trajes. La señora lo miró pasmada pero no era mujer de meterse en la vida de sus clientes, mucho menos si eran de fuera. Así que le indicó y el hombre marchó resuelto a comprarse un traje que lucir en el baile de carnaval de aquella noche.

 

Se plantó en la plaza justo cuando comenzaba la actuación de las murgas. Le fascinó el espectáculo de colores que invadía el lugar. Las personas, disfrazadas de bailarinas, asesinos en serie, dráculas, payasos, cocineros, cosacos rusos y ¡hasta de galletas maría!, bailaban alegres y divertidas al son de las charangas.

 

Extrañado contempló su ropa. Chaleco de rayas, camisa blanca de manga larga, pantalón color caqui… No era tan colorida como la de los demás pero era las que Alexa le había mostrado en la pantalla.

 

Decidió dirigirse hacia el único bochinche existente para pedir algo de beber antes de integrarse en el bullicio.

 

A medida que caminaba, sentía cómo las miradas de la gente se clavaban en él, murmurando entre risas e incluso, soltando alguna que otra carcajada.

 

Apostado en la barra, un borracho disfrazado de cebolla roja, le soltó de repente:

 

–¿Y tú, de dónde te has escapao?

 

Él le observó sin entender.

 

–A ver, amigo, que te has confundio de fechas. La romería de Santiago es en julio. ¡En julio! Hoy es carnaval, hombre. ¡¡Carrr naaa valll!!

 

El comerciante miró perplejo al hombre y luego, a sí mismo.

 

–¡Joder! - exclamó- ¡No me vuelvo a fiar de la maldita inteligencia artificial!

 

Josefa Molina

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