El café de los lunes

Cristo J. Saavedra Sarmiento

[Img #14163]El café de por la mañana inaugura, por lo general, mi jornada laboral: el café de la calle, el del bar de casi siempre o el de la cafetería de casi todos los días, pero no el de casa —que, aunque me gusta más, no contextualiza de la misma manera—. Si es lunes, como hoy, suelo escuchar, además, los elocuentes y sesgados resúmenes de lo que ha acontecido durante el fin de semana; en otras ocasiones, las conversaciones recogen lo más interesante de los últimos siete días —todo depende, imagino, de la profesión de los informantes y de la prisa por llegar a sus puestos de trabajo—.

 

Fulano y Mengano, fieles seguidores del Real Madrid, están muy orgullosos del título conseguido la pasada noche frente al F. C. Barcelona: nada más y nada menos que un doloroso cuatro a uno. Hoy, quizá, no es un título menor por el nada despreciable hecho de haberlo ganado frente al eterno rival, o quizá, simplemente, porque lo ganaron. Siclano, por su parte, apunta a lo aburrido de las competiciones de los equipos españoles —Siclano, intuyo, no es del Real Madrid— y matiza que, desde hace años, ese bipartidismo lo tiene muy cansado; se apura en aclarar, antes de que Fulano y Mengano lo interrumpan —parece que fueran a escupir el café—, que, si bien no pretende que todos los equipos sean iguales —demasiada igualdad solo dejaría empates—, sí que le habría gustado algo más equitativo. Habla de un reparto como el de los ingleses con los derechos de televisión, un reparto que otorgue presupuestos más competitivos a los equipos más modestos: «¡Coño —grita en un momento de pasión—, imaginen lo que haría Las Palmas con la mitad del dinero que tiene el Real Madrid!». Siclano, ante la atenta mirada de sus contertulios, continúa con un discurso que parece traer preparado desde casa y manifiesta enérgicamente que sería una buena idea empezar por establecer un tope a los presupuestos destinados al mercado de fichajes de cada temporada: «Cien millones de euros, como máximo, por equipo. ¡Y mucho me parece!».

 

Mengano, ahora sí, consigue hacerse un hueco en la perorata de Siclano, a quien nadie, en principio, había invitado a la fiesta: «Así no hay quien compita en Europa, niño». Yo, por mi parte, decido alargar un poco más mi café porque hay algo en la conversación que me resulta ligeramente familiar. Estoy bastante tranquilo porque suelo llegar al trabajo con un margen de tiempo muy amplio y no temo decepcionar a mis alumnos con la impuntualidad —más quisieran ellos—. Ese tope presupuestario, deduzco, favorecería la equidad dentro de la competición nacional, pero pondría en serios aprietos a nuestros equipos frente a los ingleses, los franceses, los italianos, etc. «No, no, no, no, no», dice Siclano, «que ningún equipo que pueda jugar competiciones europeas se gaste más de cien millones en fichajes por temporada, y que las televisiones repartan el dinero por igual».

 

Fulano hace rato que ha dejado de oír a Siclano; ha puesto toda su atención en la pantalla de televisión, donde ahora se ve a un Pedro Sánchez que habla con gestos condescendientes, aunque no podamos escuchar lo que dice: «Mira este, todo pa los catalanes y a los demás que nos den por saco», sentencia. Yo, ahora sí, apuro mi café y, antes de irme, espero brevemente una réplica de Siclano que nunca llega. Igual Siclano no sabía que estaba hablando de todo menos de fútbol.

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