Barcas con nombres de mujer

Quico Espino

Me resulta un tanto curioso, y en parte emotivo, saber que los pescadores de algunos pueblos de Gran Canaria, como Ingenio o Gáldar, donde ya prácticamente no existe dicho gremio, solían  poner a sus barcas los nombres de sus mujeres porque, según ellos, se sentían acompañados cuando estaban mar adentro, además de que les reportaba buena pesca. Y por lo general eran ellas las que vendían luego el pescado. Las barqueras, las llamábamos en mi pueblo.
 
De pequeño, cuando salía de la escuela, veía a las barqueras de El Burrero vendiendo el pescado por las calles de Ingenio, delgadas, derechitas como velas, los brazos en jarra y las bañaderas sobre un ruedo que se ponían en la cabeza,  y recuerdo que, en El Ejido, mi barrio, unas cuantas se apostaban a la entrada del callejón de mi casa y dejaban oír sus gritos de ¡pescado fresco y sardinas de ley! a los cuatro vientos. A la misma hora soltaban las mujeres de los almacenes de tomate y el pescado se vendía en menos que canta un gallo. Mi madre solía invitarlas a agua fresca de un pozo que teníamos, y a café, y ellas, a cambio, le daban los gallos que aún saltaban en las bañaderas y que, por lo visto, no eran entonces del gusto de las compradoras.
 
Nunca me olvidaré de una pelea que mantuvieron dos barqueras por mor de un cliente que una le había quitado a la otra. La primera blandiendo una sama roquera y la otra una morena macho, de las que tienen menos espinas, se dieron buena leña hasta que una compañera las separó.
 
-¡Ajolá un rayo te parta, mardita robona!
-¡Cállate, jedionda! ¡Malos demonios te coman!
-¡Se acabó! ¡Déjense ya de machangadas, consio! –zanjó la mayor de ellas, poniendo paz entre las dos.
 
Me alejé un tiempo del mundo en el cual intervenían los pescadores y las barqueras, hasta que, en 1981,  aterricé en Sardina de Gáldar, donde la actividad pesquera era aún bastante manifiesta y donde muchas veces, por las tardes, jalé del chinchorro junto a la gente que vivía de la pesca. Me encantaba hacerlo y encima tenía sardinas frescas para el almuerzo del día siguiente, pues siempre me daban para una buena comida. 
 
Fue en Sardina
 
[Img #14123]
 
… donde volví a ver barcas con nombres de mujer:
 
[Img #14124]
 
Marisol, Conchita, La Maruja, Rosario, Candelaria, Lolina, María del Pino  y otros muchos eran los nombres que se leían en la parte superior de las barcas, y la vecindad sabía a quién pertenecían porque conocían a las esposas de los pescadores.

A poco de estar por aquí, recuerdo que una mañana, después de que los pescadores hubieran salido a faenar, se metió de repente un viento fuerte de abajo y la mar se enrabiscó, poniéndose más brava que nunca:

 

[Img #14125]

 

Parecía que el diablo andaba suelto entre las olas y, preocupadas por sus maridos, las barqueras se asomaron a la playa a ver si los divisaban.  

 

-Menos mal que le puse a Juan un termo de café y leche y un bocadillo de chorizo –dijo una.
-Yo le puse también un termo de café y leche y una fiambrera con una tortilla de papas a Antonio –aclaró otra.

 

Todas le habían puesto comida a sus maridos y de ello hablaron un rato. Luego rezaron todo lo que sabían, hechas un manojo de nervios, sin poder tragar ni un cacho de pan. Así estuvieron hasta el atardecer, cuando los vieron aparecer en lontananza, en medio de la cresta de una ola. Saltaron de alegría.

 

 No fue esa la única vez que temieron por las vidas de sus esposos. Cada vez que ellos se tiraban a la mar, ellas vivían con el susto en el cuerpo, pero, por fortuna, nunca sucedió ninguna tragedia.

 

No es una tragedia, pero sí una pena, que ya no haya pescadores ni barqueras en Sardina. Siguen la mayoría de las barcas en el muelle y por un tiempo fueron el refugio de los gatos, una tonga de pequeños felinos que proliferaron en la zona durante unos años

 

[Img #14126]

 

… y que desparecieron de un día para otro, que fue lo que hicieron también, aunque de manera paulatina, los pescadores y las barqueras. No estaría nada mal que cambiasen las tornas y que cualquier día viéramos a Marisol, a Conchita, a La Maruja, a Rosario, a Candelaria, a Lolina y a María del Pino, entre otras barcas de pesca, faenando por el mar de Sardina. Ojalá.

 

Texto: Quico Espino

Imágenes: Ignacio A. Roque Lugo, Jesús Quesada y Quico Espino

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