… habló, entre otras cosas, de la tradición literaria infantil, tema que había mencionado en su visita a México, cuando se unió, en 1989, a la Cátedra de Narración Oral Escénica Hispanoamericana, ante grandes personajes como Jairo Anibal Niño (escritor, premio nacional de Colombia de Literatura Infantil), Teresita Fernández (escritora y cantante cubana) y Francisco Garzón Céspedes (periodista, actor teatral, narrador, formador de narradores y escritor cubano), con quienes aprendió que hasta los pueblos primitivos tenían literatura infantil.
Treinta años después, en 2019, después de beber de las fuentes de varios historiadores como Rumeu de Armas, Antonio Cedeño y Martín Cubas, publicó un libro titulado “Historia de la narración oral en la prehistoria de Canarias”, encantada de declarar que en nuestras islas había existido dicha tradición antes de la conquista de los españoles.
… de que su infancia transcurrió en la villa de Ingenio, que podía haberse llamado la Villa de los Alisios, o Villa Fantasía, porque el viento y la creatividad corrían por sus calles empedradas y dejaban rumores y humores prendidos en los tejados, o en sus mohosas paredes, pues todo el mundo contaba historias que subían y bajaban por las calles sobre escobas de brujas, en las varitas mágicas de las hadas y sobre hermosos y principescos caballos.
Su madre y su abuelo materno, que era el encargado de las bibliotecas de los colegios del pueblo, fueron quienes más historias le contaron. Eran grandes lectores que le inculcaron el gusto por la literatura; ella los veía como personajes de los cuentos que leía y se imaginaba a su madre como la madre que Cenicienta no tuvo y a su abuelo como el capitán Nemo, pilotando el Nautilus, o como el enano saltarín, cuyo nombre aprendió a deletrear perfectamente: Rumpelstiltskin.
Un día, cuando contaba siete años, se sorprendió al oír a su abuelo, que no la había visto venir, recitar una estrofa del poema “El viaje definitivo”, de Juan Ramón Jiménez:
…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando.
Y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
-¿A dónde te vas a ir, abuelito? –preguntó ella con curiosidad.
-A ninguna parte, mi amor –respondió él, acompañándose de una sonora carcajada.
A principios de este año que se está acabando salió a la luz un libro editado por el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de Ingenio, titulado “Mujeres con ingenio III”, (en años anteriores se habían publicado “Mujeres con ingenio II” y “Mujeres con ingenio I”, todos promovidos por nuestra querida Elena Suárez Pérez), en el que escribimos Pepa Aurora, Juan Ramón Hernández Valerón, Lidia Romero y un servidor sobre mujeres emprendedoras del siglo XX.
Yo, que en los dos anteriores había hablado de las mujeres emprendedoras de mi familia, no sabía sobre quién escribir esta vez, hasta que se me ocurrió que quién mejor que mi amiga Pepa Aurora, la escritora más sobresaliente de Ingenio, internacionalmente conocida, para ocupar dicho espacio, y fue para mí un gran placer hacerlo. Y un gran honor.
Hablé de su obra literaria, de que ha prologado más de cien libros, de los cuales ha presentado muchos; de que un montón de bibliotecas de los colegios isleños se llaman Pepa Aurora y de los premios y distinciones que ha recibido, destacando en 1992, en México, el máximo galardón que concede la Cátedra Iberoamericana Itinerante de la Narración Oral, el Premio Chamán de la Oralidad como la Mejor Narradora para Niños Hispanohablantes, y, en 2008, en Colombia, el Premio Internacional del Dicho y del Cuento Breve.
Para acabar este escrito en el que elogio la personalidad y la obra de Pepa Aurora, quiero felicitarla por ese nombramiento como Miembro de la Academia Canaria de la Lengua y hacer hincapié en su poesía con dos de sus poemas, ambos relacionados con la Naturaleza, con mayúscula, de la cual ella es una amante férrea.
El primero está dedicado a la alpispa:
¡Jiribilla de los charcos!
¡Fluorescencia de los cielos!
El silencio del barranco
se llena de sentimientos
cuando se escucha tu canto.
El otro es una cancioncilla dedicada a la tierra que la vio nacer:
Mi tierra es alisio
que arrulla los sueños.
Es lava y volcán
dormido en silencio.
Es monte y es jable
de suaves inviernos.
Es la mar abierta
que no tiene dueño.
Es eterno amor
latiendo en el pecho.
Texto: Quico Espino
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