El examen

Andrés Bolaños Jiménez

[Img #10001]Aquel niño sube la montaña, llevando consigo un libro del curso que realizaba porque le habían suspendido la asignatura de religión, preguntándose a sí mismo el por qué le había sucedido aquello, e interrogaba al cielo por tal tropiezo en la vida que consideraba injusto, porque creía que había contestado sinceramente al temario que le correspondió.

 

Aquella montaña albergaba una cueva desde la que se visualizaba las plantaciones en la que trabajan sus abuelos y llegando a ella observó el panorama que le ofrecía la naturaleza a su alrededor, así empezó su primer día de estudio a lo anacoreta.

 

Sacó de su mochila aquel libro poniéndolo sobre un montículo que le servía de mesa, se sentó sobre una piedra desde donde sólo se veía la entrada y el cielo. La luz del día era clara y el sol radiante resplandecía en su interior lo que daba una sensación de absoluta paz, que achacó a la altura en la que se encontraba.

 

Comenzó con la primera lección y siguió a otras durante la mañana, repasando y memorizando conceptos que si bien los conocía los profundizaba, llegando el anochecer denotó que no había tenido hambre alguna ni comido, y que el tiempo parecía que se había detenido, le extraño y buscando respuestas a la situación que experimentaba comprendió lo que le sucedía a los anacoretas cuando meditaban sobre Dios.

 

Bajando nuevamente de la montaña hacia la humilde casa de sus abuelos, estos incidieron en que no había almorzado, y que tenía que tener cuidado sobre los rumores que se le otorga en el pueblo a la susodicha cueva que se transmitían de boca en boca sobre los poderes extraordinarios atribuidos por unos y los de incredulidad de otros, sin darle más detalles para no alarmarlo ni desalentarlo en ese impás de ser o no cierto.

 

En ese momento el niño no tomó en consideración lo manifestado y sólo estaba con ellos aprovechando las vacaciones y que los mismos eran ancianos mayores y seguramente no estaban a su nivel cultural.

 

Al día siguiente, tomó de nuevo el camino hacia la montaña, al lugar en la que se encontraba la cueva, mientras camina quiso recordar el sueño que había tenido durante la noche y le extrañó que todo giraba sobre las lecciones que había repasado y que las recitaba a pie puntillas como si las estuviese leyendo. No quiso profundizar las motivaciones de aquel sueño, llegando de nuevo entró a la oquedad y volvió al sitio para iniciar lo que consideraba su trabajo, estudiar y memorizar, pero intuía la presencia de algo a su alrededor, parando la lectura observó con minuciosidad el entorno sin llegar a conclusión alguna.

 

A partir de esa sensación, la lectura se hacía fluida y su mente proyectaba lo leído con imágenes de realidad en el subconsciente, repasando todo el libro en un santiamén. Lo cerró y se dispuso a dar por terminada su labor, pero sintió como si alguien tocase en una puerta que en sí no existía con fuertes sonidos toc-toc-toc, y de pronto una oscuridad plena cubrió la cueva, quiso dar pasos y sus piernas no se lo permitían. Llegando a continuación unas rachas de viento fuertes que movió todas las hojas del libro quedando éste abierto en la lección número 23. Volviendo al instante todo a la más absoluta normalidad.

 

Transcurrido el tiempo y llegado el examen, el niño obtuvo una alta calificación. La lección que le correspondió fue aquella que el viento le señalo en aquel día mágico.-

 

De vez en cuando, visita ese pueblo en vacaciones no puede dejar mirar a lo alto de aquella montaña, continua y sigue de largo porque por la experiencia alcanzada en el transcurso de la vida no desea saber anticipadamente lo que sucederá, porque el futuro es la realidad que toca vivir en el día a día del presente.

 

Andrés Bolaños Jiménez

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