
En el último informe PISA, Canarias sale mal parada una vez más. Hablamos de acoso escolar, y es que, el archipiélago, es una de las comunidades donde hay más escolares que sufren acoso entre iguales.
En concreto, el informe PISA determina que el 10,2% del alumnado canario sufre intimidación, burlas o amenazas, entre otras formas de violencia. Solo las ciudades autónomas de Ceuta, con un 10,7% y Melilla, con un 12,6%, presentan mayores niveles de acoso.
Un dato para reflexionar y poner sobre la mesa los resultados de las actuaciones que se están llevando a cabo en esta materia en las aulas canarias. ¿Qué hace que estos datos se mantengan e incluso se incrementen?
Existen protocolos de actuación en los centros educativos para prevenir o actuar en caso de acoso. Estos protocolos, que debieran ser continuamente revisados, trabajan principalmente con la víctima y los acosadores. ¿Pero qué pasa con los espectadores pasivos de estos actos?
Cuando hablamos de acoso escolar no debemos olvidar que existen varios protagonistas. Por supuesto el acosador y la víctima, pero también los espectadores, que son el grupo mayoritario en el aula. Son los compañeros y compañeras de la víctima que conocen la existencia del acoso, pero no participan de ninguna manera, ni para apoyar a la parte acosadora ni para apoyar a la víctima. Ante las agresiones, deciden ignorar la situación y mantenerse al margen de todo, de modo que sienten que son «neutrales» y que NO son ni ellos ni ellas quienes provocan dolor en la víctima. Una visión errónea, pues la pasividad ante el dolor de la víctima le indica que su dolor no te importa, y a la parte que acosa les demuestra que su comportamiento no es tan malo y que pueden continuar con él sin problemas.
No hacer nada es dar poder a la parte que maltrata.
Cuando se produce una situación de acoso escolar se instaura una especie de Ley del Silencio, que evita que ninguno de los protagonistas denuncie. Esa Ley no escrita, esconde miedo a las consecuencias, miedo a más golpes, miedo a convertirse en víctima y miedo a que afecte a sus relaciones sociales.
Los agresores necesitan ese silencio para poder seguir desarrollando las conductas violentas. Se alimentan de la conducta de los espectadores para mantener el acoso y hacerlo cada vez más violento.
Las investigaciones que se han llevado a cabo sobre acoso escolar, han demostrado que las agresiones disminuyen e incluso desaparecen, cuando los espectadores muestran abiertamente su repulsa por el acoso, denunciando y apoyando a la víctima. Por eso, la mayoría de los programas y protocolos más recientes de prevención centran sus actuaciones en los espectadores, para dotarlos de estrategias y habilidades que les faciliten abandonar la Ley del Silencio.
Los espectadores del acoso son el motor principal para su erradicación.
La labor de los adultos es mostrarles el poder que tienen para detener las conductas de aislamiento y hostigamiento, a las que se ven sometidas las víctimas del acoso escolar, pasando de ser espectadores a ser defensores.
Los testigos de las agresiones que defienden a las víctimas pueden ejercer una influencia clave en el curso de los acontecimientos. Si se convierten en una clara mayoría, es muy probable que quienes maltratan terminen por abandonar sus actos al no obtener el esperado reconocimiento del resto. Así pues, es imprescindible que eduquemos a nuestros hijos e hijas en tal sentido y tomen la costumbre de desaprobar estas formas de violencia infantil.
Y es que no se trata de que los niños o niñas se conviertan en justicieros y asuman responsabilidades que no les corresponden por su edad. Para frenar el acoso, es suficiente con que los que atacan a otros u otras perciban el rechazo de los demás miembros del grupo. Al ver que sus acciones no se consideran aceptables ni impresionan a los testigos, es cuestión de tiempo que dejen de protagonizarlas, con lo que desanimarían a su vez a otros que pretendan seguir exteriorizando conductas parecidas.
Con su comportamiento agresivo, el acosador busca obtener un protagonismo público frente a sus compañeros, que le permita esconder sus debilidades y fracasos.
Si no existe público, no existe protagonismo.
Se podría incluso afirmar que la situación de acoso en un aula será proporcionalmente duradera a la cantidad de espectadores pasivos con los que cuente. Los ataques dependen en gran medida del número de alumnos que los presencian.
Además, como mencionamos anteriormente, un gran porcentaje de los ataques cesa en el momento en que alguno de los observadores decide intervenir, dar soporte público a la víctima y poner freno a la situación.
Es necesario transmitir a nuestros hijos que, si actúan con coherencia y valentía ante una situación de agresión, pueden conseguir que una víctima deje de ser atormentada por su agresor. Para ello, desde casa y desde los centros escolares, será necesario dotarles de herramientas básicas eficaces para la prevención, detección temprana y resolución de conflictos, trabajando entre otras habilidades sociales o emocionales la asertividad, la autoestima (haciendo que vea que sus aportaciones son valiosas), la comunicación y la escucha activa, la empatía (consiguiendo romper con la «ley del silencio») y la responsabilidad de sus actos (o de no actuar).
La base, como siempre, se encuentra en el desarrollo y refuerzo de las competencias sociales y emocionales. La mayoría de los conflictos de convivencia que se producen en las aulas diariamente, tienen origen en el escaso manejo de las mismas por parte del alumnado, por eso, será decisivo empezar a trabajarlas con los niños y niñas desde sus primeros años de vida.
La prevención de este tipo de violencia pasa, inevitablemente, por educar desde casa, para fortalecer las habilidades de tu hijo e hija, y también por educar desde el centro educativo, porque será allí donde los chicos y chicas utilizarán todas esas destrezas para relacionarse con los demás.
Haridian Suárez (trabajadora social)































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