(153). LA BRISA DE LA BAHÍA. "Asomarse" (*)

Cuando asomarse y subir a la azotea de la casa se convierte en toda una hazaña, viene a significar que la vida ha desviado su rumbo y enfoca únicamente el final del camino: recorre el sendero último a trompicones la existencia, donde el lenguaje se empobrece y se pierde en el horizonte la mirada.

Cuando ya el saludo, entrecortado y sincero, ha desaparecido de la pequeña y estrecha calle, y el sonido de la carpintería ya no se escucha en su apretado mundo de serrín y olor a madera, deduces que las cosas no marchan bien; que lo de antes, además de que ya pasó, está cada vez más lejos. Y entonces comprendes por qué la alcoba de la casa ha cambiado de lugar y se ha acomodado en una habitación de hospital con letra y número. Y la visión de la existencia se reduce tanto que siempre caemos en la cuenta de lo efímero que es todo cuando las cuestiones más personales parecen no tener remedio. Nunca nos percatamos lo suficiente; nunca terminamos de convencernos, acaso porque pensamos que eso sucede a otros. Hasta que llegamos a ser “los otros”.

Y, entonces, traspasamos la frontera como si cruzáramos un barranco, un parque de la infancia o una calle de juegos, donde los coches son tan pocos que caben en los dedos de una mano.

Ahora que echamos de menos a los vecinos que marcaron una pauta en la pequeña calle, más presentes que nunca, renacen en la bruma primaveral, y sus voces vuelven a nuestros oídos en estos días grises que intentan buscar el mundo azul donde la alegría anida y descansa. Pero el tiempo también se resiste y el alisio se muestra fuerte y poderoso.

De momento, silencio y nuevas costumbres han cambiado de sitio. A ver…

(*Escrito el sábado 8 de mayo de 2021)

Juan FERRERA GIL