
La mesa donde voy hilvanando palabras se gobierna sola: independiente y autónoma.
Este “orden/desorden” que presenta la imagen solo ocupa el lado izquierdo, apenas una esquina donde los distintos marca-páginas anuncian no solo obras pendientes de leer, sino que, además de disponer de iniciativa propia, se van colocando en agradable movimiento que ni siquiera llegamos a percibir: unas veces arriba, y otras, abajo, esperando el turno que tendrán, indefectiblemente, en la siguiente lectura; las servilletas de papel que aún sobreviven hablan de cafés vespertinos que corren al lado de las noticias de la tarde, en las que ni siquiera la siesta deja un respiro por el que poder, al menos, suspirar debidamente: es tanta la tontería informativa que se vuelven a repetir las mismas noticias que ya parió la mañana; el bolígrafo, por su parte, anota mensajes o contraseñas sobrevenidas que van conformando el espíritu general, donde “La brisa de la bahía” y “Phototex”, alternativamente, van tomando forma en su caminar lento en el que la mirada de la noche se mezcla con las luces del muelle que, rielando en movimientos pausados, lentos y perpetuos, alumbran pensamientos de poetas inolvidables, y, a pesar del paso del tiempo, los viejos vapores que han viajado a mejor vida, perdiendo así el halo de misterio que los enmarcaba, protegiéndolos, mientras se adentran en el mar océano, siguen muy vivos y cercanos en sus continuos paseos y recurrentes miradas envueltas en delicados versos como los tradicionales turrones de “La Moyera” ; también se adivina, ligeramente, la sombra de un lápiz cuya única misión consiste en subrayar los libros leídos y una correa de la máquina fotográfica que apunta como si un narrador-testigo se comportara; sin embargo, quienes marcan la pauta siempre son los marcadores que en su continuo vaivén y personalidad adquirida, como las olas sin memoria del mar cercano y tranquilo, esperan la oportunidad de poder entrar en acción.
Pero lo más importante de la imagen es lo que permanece oculto. Y usted, inteligente lector, hace rato que ya lo adivinó. Por eso no seguimos alargando innecesariamente esta “renovada brisa” fresca que en el otoño ha nacido como si una brillante y fugaz luz fuera, aunque se presente gris y lluviosa, donde cada momento ofrece su propia luminosidad: esta fotografía de la esquina de la mesa de trabajo, según vamos escribiendo, ha cambiado su fisonomía: algunas cosas se han desplazado y otras, sencillamente, han desaparecido como si Harry Potter ejerciera todo su poder al golpe de su extraordinaria varita mágica.
Realmente es un misterio este de las pequeñas cosas que nos acompañan; aunque dudo que sean limitadas: si lo fueran no estaríamos hablando de ellas ni las usaríamos siquiera para redactar y pensar, tal vez, detenidamente: sí, son un milagro estos pequeños y breves detalles que la cotidianidad nos ofrece y hace ya mucho tiempo que a nuestro lado caminan tan sigilosamente que no las descubrimos hasta que una fotografía las acerca, tal vez confirmando su grata presencia.
Pero, efectivamente, como antes dijimos, lo más relevante es lo que no se ve.































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