Unas mujeres vestidas de negro, medio adormiladas, rezan el rosario y sobre una mesilla arden varias lamparillas de Ánimas. En otra mesilla un lebrillo con castañas asadas y una botella de anís El Mono junto a varios vasos. Entra Dorotea:
-Buenas noches, vecinas.
- A las buenas noches. ¿Qué le pasa, que trae mala cara?
-Calle, cristiana. Desde ayer no como ni duermo del susto que tengo por lo que me contó Mariquita la del Cercado, que lleva en cama dos días tomando alsándara. No sé si contarlo porque no me lo van a creer. Pa mí que es bruja o sajorina.
-Cuente, cuente.
-Resulta que el cuñado de Mariquita, Ramón, andaba malejo hace algún tiempo de no sé qué de los bajos, y médico va y médico viene, pero la cosa no mejora, y el hombre patrás, patrás, tanto que parecía un espíritu tuo, pero renquiando seguía al cuido de las cabras y del cacho plataneras.
Interviene una de las mujeres:
-Yo lo vi la semana pasada tan flaco que el cachorro le bailaba en la cabeza.
Sigue contando Dorotea:
-Mariquita me contó que antier se vino al pueblo a sus cosas y, de regreso a su casa, por la tarde, que saben ustedes que vive pegadito a la de su cuñado, lo ve venir por el barranco delante de ella, vestido con el terno negro de la boda; pero, cosa rara en él, marchaba destocado. Ella le preguntó si iba a algún entierro, pero él no le contestó, sino que, de repente, cruzó unas tuneras y traspuso. Mariquita se quedó extrañada pensando a qué entierro de compromiso tan grande iría, ya que apenas podía con su cuerpo. Cuando llegó a su casa, la puerta del cuñado estaba abierta. Mosqueada, entró y casi le da un soponcio allí mismo: Ramón estaba en la cama, muerto y vestido con el mismo terno que llevaba cuando lo vio en el barranco, hacía apenas media hora. A su lado, sobre una silla, su sombrero.
Entre aspavientos todas se santiguan y una de ellas dice:
-¡Ánimas benditas! ¡Enciende otra vela, Antonia! Y usted, cristiana, tómese un buchito de anís, que viene asorimbada, y échese unas castañas.
Todas se cuelgan el rosario al cuello y aprovechan el jacío para dar buena cuenta de las castañas... y de la botella de anís.
¡Todo sea por Las Ánimas Benditas!
Texto e ilustración: Juana Moreno Molina
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