
“No sé por qué motivo o razón lo inerte que el ser humano ha creado para facilitar la existencia a sus semejantes, siempre me han llamado la atención; quizás porque, en ocasiones, representa el camino de la otra frontera, donde el suicidio se aventura como el único sendero en calma.
Las dos escaleras que bajan a la playa y desembocan dentro del agua vienen a ser algo así como dos veredas por las que poder pisar un suicida como yo. Sí, soy un suicida empedernido, pero, también, tremendamente cobarde: me he dedicado a fotografiar posibles vías de perdición, que solo comento por si algún perdido lector aún no ha encontrado el valor suficiente. Yo, cobarde hasta la médula, como ustedes bien saben, tuve mucho miedo incluso en las garitas de Campamento, cuando la mili. ¡Y eso en tiempos de paz!
Siempre he tenido, y he sentido, miedo del enemigo (al que nunca le puse cara ni llegué a divisar claramente) y, también, de mi imaginación, o pensamiento, o lo que sea: todo eso representaba para mí a un adversario tan cercano que llegaba a distorsionar la belleza de cada instante, como, tal vez, muestra la imagen.”
































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