
Y con el otoño más frágil aún, pues pensar en una hoja seca, pisoteada y arrastrada por el viento, le ponía el alma en el suelo. Su corazón pendía de un hilo, como la hoja roja que colgaba de la rama del manzano. Menos mal que también había una hojuela verde, a la que se le notaba la savia rojiza en el tallo, que le infundía un destello de esperanza.
Texto: Quico Espìno
Foto: Isidoro Nul






























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