Lugares de lectura. Juan FERRERA GILLa pandemia y su inseparable confinamiento nos trajeron, entre otros tristes recuerdos de aquellos días, nuevos lugares donde verificar la tranquila lectura y el proceso de inmersión en unas páginas que colmaban casi todas nuestras expectativas.
Esos novedosos puntos de lectura, justo ahora en que todas aquellas prohibiciones, afortunadamente, han pasado a mejor vida, siguen intactos y dispuestos se muestran, en su silencio, a seguir recibiendo a los ansiados lectores. Así, la escalera de entrada a la casa se convirtió, en las tardes azules, cuando el sol ya estaba al otro lado, en lugar preferente y preferido. La primera de las imágenes refleja exactamente el lugar en el que nos ubicamos y la visión exacta de lo que veíamos antes y contemplamos ahora, donde la mirada se levanta en cada párrafo para disfrutar el argumento del instante. Percibíamos, entonces, la prohibida y solitaria calle hasta que las siguientes semanas nos trajeron los primeros turnos de salidas. Y recordamos a padres jóvenes que pasaban con sus pequeños e inocentes hijos, siempre alegres y ajenos a la pandemia, que enfilaban la Avenida de La Charca para pasear, distender y convertir el peatonalizado espacio en un parque largo donde la felicidad se sustanciaba en una carrera, una bicicleta o una muñeca. Luego, ya en el turno de los mayores, caminábamos con cierto temor guardando y extremando, de forma exagerada, eso sí, las distancias con los otros paseantes. En definitiva, dos maneras de leer. Y estar.
Un segundo lugar de lectura, donde las líneas escritas adquirían grata presencia, se centró en el garaje. Una vez sin coches, el garaje pasó a ser una pequeña cancha donde, en su despejado recorrido, realizábamos largas caminatas que competían con las sugerentes lecturas. Si miran con atención la segunda fotografía, podrán comprobar nuestro punto de vista: otra manera de descubrir a los escritores. Pues bien: esos nuevos lugares de lectura vinieron para quedarse, y, ahora, en estos días especialmente acalorados, los hemos vuelto a recuperar en las tardes calientes y bochornosas, y en la visita de la calima que se presenta con la intención de no mudar en su costumbre. Y sucede que las novelas no solo vuelven a la vida, sino que nos sacuden el entendimiento, y la tolerancia crece en cada página y en cada estantería, que, misteriosamente, cambia su forma, diseño y distribución.
El primer territorio de lectura, el de la entrada de la casa, no solo luce azul en la tarde veraniega, sino que las sombras, antes de que invadan el anochecer sin luna, proyectan visiones que contrastan y se identifican con la tesis del momento. Solo sabemos que estos nuevos emplazamientos no solo son una auténtica joya, y un punto de vista distinto y novedoso, sino que, además, representan el respeto que sentimos por los libros, que, en su silencio constante, reviven en nosotros al ofrecernos, tal vez, regalarnos, unas nuevas perspectivas y, acaso, desconocidas. Porque leer es mirar de otra manera: los ojos adquieren la voz y el sonido que nunca nos dejará. No es bueno prescindir de la lectura porque, en estos tiempos de pantallas móviles omnipresentes que encadenan nuestra libertad, resulta más esencial que nunca. Leer es un acto de libertad (Alberto Manguel dixit) y una manera de agrandar al ser humano, tan necesario en estos tiempos desatados.
![[Img #11824]](https://infonortedigital.com/upload/images/10_2023/5766_149-lectura2.webp)
El ruido de la calle parece casi endulzarse de tres maneras diferentes: el incesante tráfico disminuye en su regreso nervioso al hogar; los niños llenan de palabras nuevas la tarde azul, y, por último, la mirada de los paseantes suele saludar en su lenta carrera hacia el bienestar. Casi nos hemos convertido en personajes novelescos que, sin percatarnos siquiera, escribimos cada día desde la escalera de entrada o desde el mismo garaje, reconvertido éste en espacio diáfano y libre. Ahora somos conscientes de la aventura que representamos. ¿Y qué pensarán los que pasan a nuestro lado? Tratar de averiguar lo que un lector piensa es poco menos que imposible. Así, los escritores, que nunca serán lectores, disponen de todas las estrategias para atraparnos; felizmente, eso sí. Al disponer de los apreciados libros en nuestras manos es como disfrutar la libertad entera.
Se renuevan con descubrimientos de conquistas y remansos de paz y tranquilidad los nuevos esparcimientos de lectura, en los que el diálogo se muestra en silencio y los libros representan inéditos avances capaces de inundar nuestra detenida mirada; esos espacios callados donde la vida transcurre en cada párrafo y los argumentos trascienden y salen de las páginas para asentarse en la imaginación de los empedernidos lectores, que siempre tienen la manía, y acaso la esperanza, de la condescendencia, el respeto y la admiración hacia unos personajes que solo viven en la memoria literaria que nunca para de crecer, resultan los lugares perfectos. Y, al mismo tiempo, ofrecen un “jardín de flores” en el que cada planta no solo indica una manera de ser, sino que, además, los sentimientos vienen a señalar y verificar que “el siguiente paso en el baile” es, sobre todo, un anhelo de libertad.
Y sentimos mucho que los escritores no sean lectores: ese es un terreno al que no queremos renunciar: ya se sabe que no se puede estar en misa y repicando. La extraordinaria e impagable labor de los escritores, tan llena de soledad, de sinsabores varios y silencios intencionados, se completa con la de la posterior lectura, puesto que somos nosotros los que damos vida a los personajes encerrados en libros que cada mañana, o tarde, llegan a nuestras manos.
Cuando la tranquilidad, vespertina y teñida de azul, adquiere su verdadero tono, el ambiente y la atmósfera del libro alcanzan la velocidad de crucero que marca, con lenta estela, la singladura que nos conducirá a “lejanos y magníficos, y aventureros, mares del Sur”, donde la existencia siempre se redondea en el mundo callado de las palabras que rugen, en evidente oleaje adverso del mar Tirreno, en nuestro interior.
Cuando leemos, la monotonía desaparece y todo parece adquirir otro sentido: los libros se visten de paz: sin uniformes militares que marquen el paso.
Cuando leemos, sentimos que el verdadero caminar consiste en alcanzar una conquista más de la sinceridad, el tiempo se desvanece y creemos que un tren ha llegado a la estación, donde lo inesperado y original anida.
Solo pretendíamos, modestamente, resaltar los nuevos lugares de lectura.
Pues eso.
Vale.
Juan FERRERA GIL

































Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.3