Balcones. Juan FERRERA GIL“Cuando ya los balcones de mi pequeño piso adquirieron el sello de la imprescindibilidad, vivía sola.
Ni los sobrinos y nietos me visitaban como antes; ni los hijos, afincados en el extranjero, tampoco; ni mis hermanos, allá en el campo olvidado y lejano. Yo no quise dejar la ciudad. Mi marido, bueno, cuando todavía era mi marido, zapatero remendón, decía que en el pueblo no había trabajo. “Y date con un canto en el pecho de que la gente siga arreglando los zapatos que se le rompen en estos tiempos de simulada abundancia.” Claro que Esteban siempre fue una especie de iluminado y se adelantaba a todo; incluso podía verbalizar cada acción, una de sus mejores virtudes. Hasta que un día se me precipitó en la soledad en que ahora vivo.
Solo me distrae la gente que pasa, los ratos en la tienda de la esquina y los grupos de turistas que escuchan las explicaciones de los guías. ¡Dios mío, que no se inventen la historia de la ciudad!”
Juan FERRERA GIL
































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