Cada día. Juan FERRERA GIL“Cada día, en costumbre adquirida a raíz de mi jubilación, me acercaba al mar, mi nuevo compañero que siempre me regalaba sus palabras saladas y silentes.
Y me quedaba a unos cuantos escalones del agua, donde aquella estructura que se adentraba en el Cantábrico no solo acercaba el horizonte sino que, también, la mirada se ampliaba al separarse de toda edificación y aparente contacto con el mundo; y solo contemplaba la recta lejana y la quietud ansiada: ¿qué habrá al otro lado?
En aquellos días de mayo el mar parecía desvanecerse, en su constante y monótono rumor, siempre fiel a la cita, y pasaba tan desapercibido que sentíamos vivir dentro de un milagro cotidiano: aquella repetición constante significaba, hasta cierto punto, una desazón sobrevenida.
Solo entonces pensé en el suicido. Total, vivo completamente solo. Una vez terminada la vida laboral, no sabía cómo comportarme ni herramientas tenía: casi todo me parecía nuevo; había perdido el sentido y la orientación. Pero mi natural cobardía, que sobresalía siempre, me hablaba de otras posibilidades y de otros miedos.”
Juan FERRERA GIL

































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