La llamada de la mar

Quico Espino

En recuerdo de doña Áurea Aguiar González
 
Así te recuerdo, Mami, contemplativa, “entimismada” en la inmensidad de la mar que tanto te atraía, que te encantaba. Te seducía el rumor de las olas, te fascinaba, y te conmovían al romper; el estampido de sus crestas te erizaba la piel.  
 
Fueron muchos los poemas que le dedicaste a la mar que tanto amabas:
 
“Yo quisiera 
que la mar me llamara.
Si lo hicieras, amada mía,
volaría como una gaviota,
besaría el encaje de tu orilla,
besaría la cresta de tus olas
y por siempre te seguiría amando”.
 
También te recuerdo así, querida Mami,
 
 
[Img #11426]
 
… sentada a la puerta de tu casa, con esa eterna sonrisa tuya, moderna, con camiseta surfera, coqueta, de gafas oscuras y labios pintados, y que un día, hablando de las asignaturas que estudiabas en el Instituto, me dijiste:

“¿El Latín? Ya no recuerdo las declinaciones. Hace mucho tiempo que he olvidado el
agnus dei y el mea culpa. 

 

¿El Griego? Como dicen los malos estudiantes, esa lección no la he dado, aunque me  hubiese encantado visitar la isla de Lesbos y tener un tú a tú con Safo, una gran poetiza que me encanta leer. 

 

¡No me hablen de Matemáticas! Si cojo las cuatro tablas, o las cuatro reglas, como dicen ahora (¡qué manía con los cambios!), las cuentas no me salen ni con los dedos.

 

¿Por qué no la Filosofía? No la de Sartre o la de Octavio Paz, que me dejan “tuntuniando”. No sé de qué conozco yo a estos señores. ¡En mi cama no han estado! Mi filosofía es aquella que dice: vive y deja vivir.”

 

Y, por supuesto, que te recuerdo cuando estabas pescando en el muelle:

 

[Img #11427]

 

… ¡Cómo olvidarlo! Eras una figura que formaba parte del entorno. A mí me parecías más esencial que el Farallón. Recuerdo que, aquel día, antes de ir a pescar, me dijiste que se estaba levantando viento. Luego, al volver a tu casa, escribiste lo siguiente:

 
“¡Caramba! Empieza el viento a soplar con fuerza. A lo mejor se ha enfadado porque quiere el muelle para él solo. No me parece mal. A mí también me gusta la soledad.”
 
Y luego, jubilosa, añadiste:
 
“¡Soy rica! No me da corte decirlo. Fui a pescar y traje medio kilo de besugos pequeños. Imagínense eso fritito y con una cerveza fresca. ¡Qué lujo!”
 
También te recuerdo en tu casa, sentada, leyendo o escribiendo, a veces enfrascada en un crucigrama, otras haciendo croché, siempre entretenida y conversando sobre los libros que habías leído o de las experiencias tan interesantes que habías vivido, que eran muchas.
 
Siempre, mientras viva, te veré, o imaginaré tu figura, un figurín, en todos esos lugares mencionados, y te dedicaré cumplidos y poemas, como este soneto que escribí para ti, y que tanto te gustó:
 
 
Se acerca una gaviota, entre cabriolas, 
volando por el cielo, en la gloria, 
trazando una gentil dedicatoria
y tu nombre adornado de amapolas.
 
Tu mirada, prendida entre las olas,
se inquieta tras el rastro de una historia
o hurgando sin cesar en la memoria,
arrullada de mar y caracolas.
 
 ¡Viva, Mami!, mi madre de Sardina.
 Tú llevas en los ojos la ilusión,
la mirada curiosa y andarina
 
que se pierde en la mar, tu gran pasión.
Llevaré para siempre en mi retina
tu imagen, con amor y devoción.
 
Texto: Quico Espino
Fotos. Álbum familiar
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