El charco azul
Era un lugar que desemboca junto al mar entre dos grandes acantilados que irradiaba un magnetismo que nos atraía, por eso un día, con otro compañero, decidimos que teníamos que llegar al fondo de aquel precipicio porque desde lo alto se visualizaba un gran charco que se llenaba con el oleaje y nos conjuramos que teníamos que explorar la zona al estilo de Indiana Jones, así comenzó a gestarse una gran aventura que daría un cambio total a nuestras vidas.
En la tarde del día siguiente, cuando salimos de la escuela, caminamos a través de un profundo barranco hacia el lugar, la distancia y el tiempo para llegar al final parecía que se alargaba, pero no desistimos, continuábamos porque en esa edad de 10 y 12 años por la educación recibida teníamos como máxima que “ Lo que se empezaba había que terminarlo, no importaba el tiempo ni el sacrificio” aunque ya en nuestro interior sentíamos un nerviosismo raro por lo desconocido del lugar, pues al mirar hacia arriba parecía que el cielo se alejaba ante la altitud que conforma los acantilados a ambos lados del camino.
Al fin llegamos a la desembocadura del barranco y allí estaba un gran charco de azul intenso con una roca saliente en el centro que lo llenaba las olas que sorteaban una especie de dique que se encajonaba en la mar a ambos lados de la desembocadura, y las olas rompían con un sonido estremecedor y dibujaba un paisaje tenebroso porque se confundía la oquedad producida por la altitud que lo rodeaba y la inmensidad del mar abierto.
Por fin estábamos en el lugar que habíamos contemplado siempre desde lejos y que nos atraía irradiando una extraña energía de llamada y ahora parecía que nos decía que nos marcháramos, no obstante, decidimos hacer lo que habíamos pensado muchas veces, bañarnos en aquellas aguas azules del charco y llegar hasta el promontorio que estaba en su centro. Puesto en ello, el compañero tomó la iniciativa al saberse mejor nadador e intenté seguirlo, pero al entrar en el agua noté una especie de latidos electrizantes por todo el cuerpo, por lo que desistí y esperé su regreso.
Mi amigo salió entusiasmado con una alta dosis de energía y conocedor de sus cualidades, se arrojó al agua en mar abierto en una especie golfo existente hasta llegar a una gran roca y desde allí me invitaba de nuevo a que llegase hasta donde estaba él y me dispuse hacerlo por no quedar mal. Me tiré al agua nadé, nadé ….y nadé hacia el lugar, pero cuando iba por la mitad del trayecto sentí una fuerza extraña que me absorbía hacia la profundidad, el cuerpo quedaba en una posesión vertical y descendía y por más que me esforzaba, más me atraía, ascendiendo y bajando una y otra vez, pero no avanzaba, porque ya las fuerzas flaqueaban y las olas eran impresionantes y no me dejaban acercame a la roca de la salvación, estaba agotado. Y en la que creía que era la última oportunidad en que salía a la superficie, sentí un fuerte golpe en la espalda que me empujaba hacia la roca y agarrándome a ella desesperadamente comprendí que mi compañero había afrontado la situación con inteligencia y valentía anteponiendo la amistad a su seguridad personal en esa etapa de la vida en la que se da todo, a cambio de nada.
Aún hoy creo que las aguas del charco azul de alguna forma quiso alertarnos de los peligros que nos esperan y que no supimos interpretar la alarma que emanaba sus aguas.
Andrés Bolaños Jiménez



























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