CARTEL DE LAS ANTIGUAS Y TRADICIONALES FIESTAS DE LA NAVALYa La Naval, satisfecha, se vuelve a vestir de fiesta
Y desde el rumor sereno que nos trae El Sebadal
hasta el Castillo glorioso, pleno de Luz y de gesta;
viene la brisa del canto que nos trae la gente honesta
del cambullón al Porteño, de Guanarteme a La Isleta.
La Luz nos acompañó desde los primeros pasos de la Gran Canaria hispánica.
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El gran Viera y Clavijo lo relata así: “y surgieron en el de las Isletas de Canaria a veinte y cuatro de junio por la mañana. Y habiendo desembarcado la tropa en aquel arenal, sin que hubiese quien la inquietase, fue la primera obra en que se ocupó, la de cortar algunos ramos de palmas, con los cuales se formó una gran tienda, a cuya sombra erigieron un altar. Como era día de San Juan Bautista, celebró la misa el Deán Bermúdez y todos los soldados la oyeron devotamente”
Fue en 1478, con hojas de palma, como clara premonición de la unión y fuerte ligazón que tendría aquella incipiente ermita con la ciudad donde se fundaba. Y se dedicó a Nuestra Señora de Guía; devoción implantada por entonces ya en varios lugares de la península como de la Guía que bajo el nombre de “Maris stella” se invoca en la Letanía.
Mejorada, destruida y reconstruida por mor de su cercanía al mar y a los que con aviesas intenciones se acercaban por aquellas calendas a las costas canarias, los datos sobre capellanías, destrucción, documentos sobre capillas, nos hablan de su permanencia en el tiempo y de la férrea voluntad de nuestros antepasados de mantener suelo sacro en el lugar donde se oyeran aquellas primeras palabras de rezo, de oración y también de ayuda en la lucha ya a fines del siglo XV.
La Luz sigue aquí porque así lo quisieron los grancanarios.
Pero, cuando León y Castillo determinó la construcción del nuevo puerto -motor y luz del desarrollo de la isla desde fines del XIX hasta la actualidad- en las cercanías del istmo de Las Isletas, determinó con ello asimismo el futuro de toda la zona circundante.
Una Real Orden de 30 de julio de 1900, crea la Parroquia de Nuestra Señora de La Luz, la parroquia del pujante Puerto, y sería su primer párroco don Pedro López Cabezas que inició una determinante labor de mejora de toda la vida religiosa de la zona, comenzando por lógica con la estrechez de la antigua ermita.
El 24 de octubre de 1902, en una reunión promovida por la Sociedad El Recreo y a la que asistieron vecinos y autoridades especialmente invitadas, se comenzó a hablar sobre la necesidad de construir una nueva iglesia del Puerto -que así llamaban a la ermita de La Luz-, para poder atender “de manera decorosa” las necesidades del culto, porque la pequeña y antiquísima ermita, único templo con que contaba no servía para el caso.
Francisco González Díaz, que escribió la crónica de la reunión afirmaba “con dos docenas de fieles queda colmada, y además amenaza desplomarse rendida por el peso de los años. Allí donde tan grande y completa mudanza se ha cumplido en los últimos tiempos, sólo el viejo santuario permanece intacto, mostrando sus grietas y sus techos carcomidos. El Puerto necesita una iglesia amplia, cómoda, adecuada a su actual importancia y a la cifra actual de sus habitantes. Resulta anómalo que tenga aquel bien poblado centro una parroquia, y que para alojarla disponga solamente de una humildísima capilla, indigna de la más pobre aldea. Consideremos otra circunstancia. Los tripulantes y pasajeros católicos de los buques que en el Puerto hacen estación o escala, acuden también en los días festivos a Nuestra Señora de la Luz y no pueden, las más de las veces, ni siquiera acercarse a la puerta. ¿Qué pensarán de tanta estrechez y de tanta pobreza?”
Iniciados los trámites por el obispo de entonces -el Padre Cueto-, los continuaría el siguiente - Adolfo Pérez Muñoz- que se implicó tanto que ya ausente del obispado remitiría 30.000 pesetas desde Madrid para las últimas obras y finalmente inauguraría la construcción, en la tarde del nueve de mayo de 1914, Ángel Marquina y Corrales.
El arquitecto municipal, Laureano Arroyo ideó la construcción de la segunda iglesia más grande de toda la isla que no llegaría a ver terminada por su fallecimiento en 1910.
De Pontifical y con hisopo, bendijo Marquina la espléndida construcción y luego, desde el púlpito, habló a los isleteros y a la extraordinaria multitud que asistió como sólo Marquina sabía hacerlo:
“Emocionado dirijo por primera vez la palabra a vosotros, mis queridos hermanos en el templo construido casi todo por mi antecesor el Dr. Adolfo Pérez Muñoz; recordadlo siempre con gratitud, así como al Vble. Padre Cueto. Yo estoy aquí siguiendo sus huellas para continuar su historia, dispuesto a sacrificarme por los pobres. No hagáis nunca caso, de los que quizás estén en medio de vosotros, prometiéndoos grandezas para luego engañaros, y que sirváis de pedestal para ellos subir. ¡Infelices de vosotros si hacéis caso de tales maestros! cuando salgáis de casa para el trabajo o vayáis de paso por la calle decid: aquí está mi casa”
Terminada la intervención del obispo, comenzó la del astorgano Manuel Luengo Prieto, delegado del Gobierno, al descubrir la lápida que daba nombre a la calle cercana con el del Ilmo. Sr. Dr. Pérez Muñoz al que asimismo prometió dar cumplida información de todo lo allí ocurrido.
El toque alegre de las campanas culminó el acto.
Posteriores actuaciones a mitad del pasado siglo deteriorarían bastante la imagen ideada por Arroyo y una última restauración al cumplirse su centenario inició un proceso que realmente para darle el realce como el templo emplazado en el sitio donde las tierras de la Gran Canaria escucharon por primera vez, las sacras invocaciones de una nueva religión, que al soco de la conquista enraizó y floreció a la vez con dulzura y con fuerza en las siguientes centurias.
De la bellísima escultura que reina en estas tierras de La Naval, dicen que el hermoso rostro que por mano y obra del genial Luján Pérez nos muestra Nª Sª de la Luz es trasunto del que luciera en vida doña Josefa Gómez de Silva, esposa del capitán don José Jacinto de Arboníes y Muñíz.
Éste había ocupado el puesto de mayordomo de la Imagen casi dos décadas, cargo que ocupaba por ser su padre, don Miguel de Arboníes y Arostegui, Capitán de Infantería y Regidor perpetuo de Gran Canaria, y castellano del Castillo de La Luz, lo que evidencia aún más claramente la relación entre castillo, ermita y devoción.
Todo en La Luz es simbología, paradigma del Luján de principios del XIX.
Como afirma la investigadora Graciela Santana “la media luna de la corredentora que se apoya sobre el universo creado, la túnica de color rosáceo apagado y el manto azul, el carácter concepcionista, no sólo María mira candorosamente al Niño, produciéndose esa comunicación divina entre ellos, sino que lo alza casi sobre sus hombros, en un gesto de enseñarlo al mundo. Es bonito, es delicado y no muy visto este detalle de María de coger el piececito”
Encargada a fines del XVIII, se culminó y entregó en 1802, mostrando significativas semejanzas con otra Imagen del mismo año: Nuestra Señora de las Mercedes, de Santa María de Guía; aunque con variantes en escorzo y posición que mejoran notablemente en La Luz.
Según Santiago Tejera, la Virgen de La Luz tiene partes inacabadas, lo que atribuye a que Luján prefería dejar algo a medio acabar antes de incurrir en algún defecto por ello. José Paz Vélez la ha restaurado en dos ocasiones.
Es la primera advocación del Puerto -esa ciudad dentro de la ciudad que generó la construcción del mismo en las últimas décadas del XIX-; y todo lo que la rodea: su ubicación, el Castillo, La Naval, le confieren unos altísimos valores etnográficos, tradicionales, históricos y artísticos, que vienen a unirse a los evidentes valores devocionales y religiosos.
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En razón a todo ello y mucho más; en septiembre de 1981, la comisión de fiestas de La Naval solicitó la concesión del título de Alcaldesa Mayor Perpetua de Las Palmas de Gran Canaria para La Luz. A fines de aquel mismo mes, la Comisión Municipal Permanente del ayuntamiento capitalino trató entre otros, dicho tema; pero argumentando el que la concesión pudiese ocasionar agravios comparativos con las patronas de otros barrios, el acuerdo final de la misma fue consultar al Obispado. Tal, como se vería años más tarde -y como ha ocurrido muchas veces con La Luz- la política se mezclaba con extrañas ignorancias sobre la historia de la isla y hasta con celos extraños, que hicieron inviable la decisión municipal.
Exactamente tres años más tarde, con una nueva corporación al frente de la municipalidad de Las Palmas de Gran Canaria, sería el mismo alcalde, don Juan Rodríguez Doreste, quien, en pleno celebrado el 28 de septiembre de 1984 daba cuenta asimismo de las solicitudes recibidas desde distintas instituciones de la Isleta para retomar la decisión de la concesión, teniéndose en cuenta “la antigüedad y la popularidad de su culto”.
Y así, tres años más tarde, por unanimidad se declaró a Nª Sª de La Luz Alcaldesa Mayor de la Ciudad y a sus fiestas como celebración de la ciudad.
Unos días más tarde, el Obispado manifestó su contrariedad a la declaración y nombramiento en términos que no dejaban lugar a dudas: "el acuerdo ha sido soberanamente tomado por el pleno municipal, pero no es fruto de ninguna petición proveniente ni de los sacerdotes ni de comunidades cristianas de La Isleta, ni de ninguno de los organismos eclesiales diocesanos...puede entenderse como una manifestación del deseo de reconocer la conexión que la imagen de la Virgen de la Luz tiene con la historia completa de la ciudad de Las Palmas....aunque, la pastoral actual pretende dar a la Virgen un culto de imitación más que un culto de rendimiento de honores. La normal aceptación de la presente distinción puede establecer un mal precedente y contradice la línea pastoral que pretende seguir actualmente la Iglesia". Queden estas palabras como expresión clara de las contradicciones, enfrentamientos y envidias que en la última centuria se han movido alrededor de La Luz y sus festejos.
Festejos que se iniciaron en el entorno de la primitiva ermita a los pocos años de iniciarse en ella, en un inicio a Nª Sª de Guía, luego a la del Rosario, para terminar con Nuestra Señora de la Luz, atraídos es lógico por la importancia que, a raíz de la Batalla de Lepanto tuvo la decisión del Papa Pío V expresada con nítida claridad: “Eríjanse templos, cántense misas, celébrense fiestas en hazimiento de gracias al Rosario Santísimo de María por la Victoria Naval, que ello es celebrar a María con toda su edificación”
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Que ello tuviese lugar un 7 de octubre de 1571 y que otro 7 de octubre de 1595; la escuadra mandada por el corsario inglés Sir Francis Drake cogiese el portante empujado por los grancanarios de entonces, instauró definitivamente la festividad en tan señalada fecha, y ligada en estos primeros momentos a la Virgen del Rosario y a la celebración de La Naval, o el Sábado Naval como también se la conocía, de la batalla ya fuese contra moros, ingleses u holandeses. La victoria contra el holandés Van Der Doez en julio de 1599 remató el tema, dejándolo fijado en el ideario simbólico de los grancanarios,
Los domínicos, por lógicas razones de su relación con la advocación celebrada estuvieron muchos años festejándola tanto en se convento de las lindes de Vegueta como en la ermita isletera, aunque desde el Cabildo Catedralicio se hacían permanentes llamadas al control por parte el obispado en esta relevante celebración. Así, el 7 de septiembre de 1637, previendo lo que pudiera ocurrir al mes siguiente, aparece en las actas capitulares el siguiente apunte recordatorio:
“El cura semanero desta cathedral baia a azer su oficio a la hermita de la luz y no permita fraile alguno haga allí fiesta ni prosesion ni diga misa cantada”
Por ello, existen referencias a esta llamada “Fiesta de Naval” en los libros de cuentas de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario de 1802 a 1829, donde consta hasta el pago de gastos en pólvora. Aún después que el proceso desamortizador comenzara a acabar con la presencia dominica, en 1836 seguía existiendo una Cofradía de Nuestra Señora de la Victoria, que la conmemoraban el primer domingo de octubre; y esta cofradía y los soldados pagaban los gastos de los festejos, teniendo lugar al día siguiente una “Misa cantada de Réquiem, por los soldados difuntos”.
Serían ellos quiénes, unos años más tarde, completaran la celebración con la representación de La Batalla Naval, a través de una figurada batalla de fuegos artificiales, que completaba festivamente la conmemoración y la romería a la ermita de La Luz.
Ayudó la llegada a Teror, mediando el XIX, de la familia de fueguistas de los Dávila, cuyo patriarca, el aldeano Gabriel Dávila Trujillo y sus descendientes, estuvieron hasta los años 30 del siglo XX, con la rústica representación del barco y el castillo de cartón-piedra y las andanadas de voladores de uno al otro animaron la noche de La Naval con este espectáculo, que tuvo -y tiene- otros de igual procedencia y muy variados recorridos desde monólogos a aditamentos teatrales en Barlovento, La Palma, y otros muchos lugares de la geografía isleña e hispánica, en general.
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Y entonces comenzó todo a decaer.
La voluntad política y religiosa fue hacia otros lugares y la desidia-sin llegar al completo abandono- se hizo presente en La Naval; una festividad por otra parte, que debía haber sido respetada y cuidada como una de las manifestaciones más peculiares y singulares del calendario festivo de la capital y, en suma, de la isla entera. Los Dávila, sabedores de la importancia de lo que hacían, cuando dejaron de encargársela, se la llevaron para Teror y allí sigue celebrándose en la actualidad en el marco de la festividad de San José y la Santa Cruz, de la que son patronos en la actualidad -con todos los derechos y prebendas- los descendientes de Gabriel Dávila.
Y el recorrido de la recuperación en estos últimos setenta años, está escrito con nombres propios que han puesto fe y esfuerzo en mantener y en recuperar esta secular celebración festiva de la isla, que se ha visto acrecentada con actos como la concesión del título de Alcaldesa a la Virgen de La Luz, al que me refería antes y la pareja elevación del rango de las mismas a fiestas de la ciudad. Únase a ellos la colaboración de la Concejalía de Distrito, el propio Ayuntamiento y el Ejército y ya tenemos todos los ingredientes para que actos como el Chapuzón, la Romería, Encuentros Folclóricos, Elección de Romera Mayor o la Procesión de la Octava, los Carteles anunciadores configuren definitivamente la perpetuación de la fiesta de La Naval, celebración que por honra y decoro de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, nunca debieron decaer.
La Luz y sus festejos son un referente patrimonial e histórico de Gran Canaria y la capital tiene el honor y el deber de mantenerlos y acrecentarlos.
CANTOS DE GRAN CANARIA A LA VIRGEN DE LUZ
(Malagueñas)
ARUCAS
Desde Arucas va mi orgullo
alzar mi canto a la Luz;
que en lazos de flor y piedra
lleva a ti mi gratitud.
TEROR
De Teror a La Naval
traigo un barco y un castillo
lanzando fuegos de amor
con Luz y aromas de pino.
AGÚIMES
Cuando Agüimes se engalana
para llegar a tu vera,
cruzan estrellas fugaces
de Arinaga a La Goleta.
LAS PALMAS DE GRAN CANARIA
Las espumas de la mar
te ofrendan, de amor, susurros.
En nombre de esta ciudad
postramos palma y escudo.
MOGÁN
Y de Mogán, la lejana,
nos traen a Ti, los destellos,
que llega hasta allí tu Luz
brillando en nubes y cielos.
TELDE
Si con la luna de Telde
se iluminan los andares,
¡Con tu Luz, Madre y Señora,
se me acaban los pesares!
TEJEDA
Con los Roques de Tejeda
grito al aire tus encantos,
y el aire lleva hasta el mar
mis sonrisas y mis llantos.
ARTENARA
De las cuevas de Artenara
vengo tu Luz a buscar,
para mi flor y mis besos
con tu rostro iluminar.
GUÍA
De Guía llegó el autor
de tu cara tan hermosa
hoy vengo para cubrirla
con una lluvia de rosas.
SAN BARTOLOMÉ DE TIRAJANA
Con Tunte traigo hasta aquí
los sabores de sus frutos,
la calidez de sus gentes,
buscando en Ti su refugio.
SANTA BRÍGIDA
Batallas del holandés
honor dan a Santa Brígida;
talayeros castigaron
por arrasar santa ermita.
VEGA DE SAN MATEO
La Vega de San Mateo
mira altiva y con esmero
el camino hacia la Luz
de Ariñez a Risco Prieto.
AGAETE
De Tamadaba a Las Nieves
se alzan hasta el horizonte
plegarias de barca y risco
que la mar a Ti transporte.
MOYA
Tu Niño vengo a alegrar
con la dulzura de Moya.
¡Dime, Virgen de la Luz,
si mi voz no te enamora!
VALLESECO
Las brisas de Valleseco
me desvelan el camino;
porque mis ojos, Señora,
ciega tu fulgor divino.
LA ALDEA
Desde la senda aldeana
en ofrenda traigo el canto.
Para Ti llevo en el alma
las tradiciones del Charco.
GÁLDAR
Gáldar tiende ante tu Trono
tapices que elogios mueve;
que mi tierra -mar a cumbre-
es solar de Guanartemes.
INGENIO
Del Ingenio azucarero,
Aguatona a Las Puntillas.
¡Oh. Madre de Luz, mis coplas,
te cubran blancas mantillas!
SANTA LUCÍA DE TIRAJANA
Santa Lucía ilumina
con candelas de fervores
el caminar hasta el Puerto
senda de oliva y de flores.
VALSEQUILLO
Valsequillo se enamora
cuando en el Trono Tú luces.
¡Virgen de la Luz preciosa,
me sabes a almendra dulce!
FIRGAS
Si Firgas aguas te vierte
sobre las aguas del mar;
el agrio con el salado
te vienen a enamorar.
José Luis Yánez Rodríguez.
Cronista Oficial de Teror.

































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