
Pero no sólo no cerró la boca sino que ensalzó la playa en las redes sociales, hablando de los baños estupendos que se daba, de las aguas limpias y cristalinas que la caracterizaban, de La Laja, donde hay un trampolín natural desde el que la gente del pueblo se “singuia” al agua, sobre todo cuando viene una ola, y puso fotos y más fotos de las extraordinarias puestas de sol
… que sacaba cada día, especialmente en otoño, resaltando los colores del cielo, encendido, teñido de rojo y amarillo, y del mar plateado, del que emerge el Teide cual teta gigantesca de una amazonas que parece navegar en la inmensidad.
No fue el único que hizo propaganda del lugar y, poco a poco, se fue percatando de que a la playa venía cada vez más gente, caras nuevas, desconocidas, personas de otros pueblos, hasta que un día, no hace mucho, se le salieron los ojos de las cuencas cuando se fue a dar un baño. Lo que vio lo dejó perplejo:
… y entonces se dijo a sí mismo: “esta no es mi playa, que me la han cambiado”, y pensó que mejor no hubiera dicho nada, que calladito estaba más bonito.
Texto e imágenes: Quico Espino
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