(144). LA BRISA DE LA BAHÍA. Los rincones de la casa

Que los detalles inertes muestren su evolución es una especie de comportamiento pocas veces percibida

Juan Ferrera Gil Lunes, 18 de Septiembre de 2023 Tiempo de lectura:

Tienen vida propia y cambian constantemente los rincones de la casa, tan imperceptibles e impredecibles siempre.

 

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Aunque dichos movimientos resulten delicados y breves, si no somos capaces de atrapar el instante en una fotografía, dentro de un rato mutarán otra vez y la fisonomía de lo inerte volverá a surgir en una nueva creación. De lo que se infiere que el rayo de sol que entra por la ventana es tan real y efímero como nuestra propia existencia; que las fotografías, a pesar de reflejar un instante vivo y vivido, como A Casa de José Saramago en Lanzarote, son cambiantes en su quietud; que los cargadores de móviles y pañuelos de papel se mezclan de forma abigarrada y caprichosa, como anunciando el Rococó del detalle; que los libros se juntan con el pan bizcochado y que la comida comparte la existencia con la información radiofónica en su enésima tertulia; que los utensilios de limpieza descansan en la bajada al garaje esperando una recurrente oportunidad; que los discos compactos anuncian músicas olvidadas y que el reloj, junto a otros libros tras el cristal, marcan el ritmo vital de la lectura callada y silenciosa, donde el tiempo se desvanece y el espacio solo es mental.

 

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Y, así, la vida transcurre al lado de las pequeñas cosas, que aparentemente parecen no disfrutar de la realidad, y muestran una personalidad oculta, acaso escondida, para que nosotros, tan imperfectos y engreídos como nos mostramos en ocasiones, las dejemos a su aire, donde allí respiran adecuada y consecuentemente. Que los detalles inertes muestren su evolución es una especie de comportamiento pocas veces percibida.

 

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Ese aire de las cosas se asemeja a un paraíso cultivado, donde la excelente cosecha en amable tierra fértil se verifica, que se esconde ante nuestra mirada; tal vez se convierte en una región llena de estilizados barrancos y gordas elevaciones, cuyas travesías anuncian los viejos barcos de vapor que en la ensenada del Puerto arriban mientras el contorno lejano de las montañas perfilan la ciudad larga, estrecha y llana.

 

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La procedencia de dichas particularidades es tan diversa y variada que posiblemente sea esa su principal característica; desconocemos si detrás hay otra dimensión u otro camino inexplorado y virgen, donde las montañas se cierran.

 

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En cualquier caso, los pequeños detalles, tan significativos siempre, adolecen de memoria, como las salitrosas olas del mar que regresan, recurrentemente, a la orilla.

 

Juan FERRERA GIL

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