Lecturas de verano frente al televisor

Felipe García Landín

[Img #10842]Finalizó agosto, pero el verano continúa con más o menos fogalera hasta el 21 de septiembre, aunque sabemos que este tiempo de luminosidad y solajero no nos abandonará hasta bien entrado noviembre. Buen clima, que cantaba nuestro Alonso Quesada, en esta ciudad de mar siempre sucia, pero con el mejor clima del mundo. En septiembre comienza el curso escolar y se intensifica el ritmo del curso político. Las gentes se incorporan a sus trabajos y recuperan sus rutinas, pero la estación veraniega persiste e insiste en seguir con el calentamiento. La calufa de este verano y los incendios nos recuerdan que vivimos en un territorio frágil donde el turismo campea e impone sus leyes con las viviendas vacacionales, los alquileres imposibles para los nativos y precios supersónicos por la compra de una vivienda decente, sin lujo y alejada de la costa. Los responsables políticos parecen gobernar para los visitantes y para el empresariado de la cosa. Canarias es un paraíso que hay que cuidar para estos viajeros transeúntes y para los traficantes de suelo, porque, como dice mi amigo Colacho Espino, «nosotros los indígenas» estamos de decorado en este parque temático en que se ha convertido el archipiélago. Algo así nos cuenta la puertorriqueña Meryem El Mehdati — es de Puerto Rico, Mogán, Gran Canaria— en Supersaurio, una novela en forma de diario sobre la explotación laboral y ese turismo de borrachera y vomitona que sustenta nuestra principal industria. Lo cuenta con una socarronería llena de sabiduría. Menos mal que leer es un escape y un refugio como ir al cine con aire acondicionado, a una exposición del CAAM o dar un paseo entre los frigoríficos de cualquier supermercado. Refrescante, a pesar de que la cesta básica de la compra se ha puesto imposible para la mayoría de los nativos. Debe ser por eso que los supermercados están siendo invadidos por un turismo ávido de nuevas experiencias.

 

[Img #10843]Este verano — que padecemos y que otros disfrutan — preñado de fuego, ardor, ardentía, y calima no nos hará asesinos. No, no nos mataremos por calor como en El extranjero de Camus, pero por el precio de la cesta de la compra... En fin, un verano de acaloramiento, de agobio, de asfixia, de bochorno que está cambiando el planeta, cada vez más azul y menos verde, con los polos derretidos y el consecuente aumento del nivel del mar. La especie humana camina hacia la desaparición según vienen advirtiendo diversos científicos. Mientras tanto, los señores, señoros y señoras de la guerra contribuyen a que todo esto se acelere. Digo señoras de la guerra y pienso en Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, cuyo apellido no sé por qué me recuerda a una serie de televisión de los años 80 del siglo pasado, que ahora puede verse en una de esas plataformas de streaming. La serie se llamaba V Invasión extraterrestre. V de visitantes, como los turistas. Los extraterrestres de la serie eran unos saurios — como la cadena de supermercados de la novela de El Mehdati—, disfrazados de humanos, que intentaban esclavizar a los humanos de verdad y apropiarse de los recursos del planeta, fundamentalmente del agua. Los lagardes, digo los lagartos, querían dejarnos secos. Gustaban de comer humanos como si fueran aguacates de Mogán, pero solo en ocasiones especiales, tampoco era cosa de quedarse sin mano de obra. En el día a día comían ratoncillos, pinzones, canarios del monte o chuchangos de Arguineguín. Así, sin majado de ningún tipo. Crudo, se lo comían crudo. Además, eran un poco nazis, dictadores... aunque de muy buena presencia. Los disfraces eran perfectos y daban el pego. Así impusieron el miedo y el terror sobre todo bicho viviente. Aunque, todo hay que decirlo, los visitantes tenían entre los terrestres colaboradores y seguidores fieles, estilo Real Federación Española de Fútbol, CEOE, Red Eléctrica de España, Telefónica, Usuarios de Puertas Giratorias... Ante este ambiente, cada vez más insoportable, surge un grupo de valientes que se rebela y los combate con todas las armas a su alcance. Comienza así una revolución contra los reptiles que — no lo habíamos apuntado— tienen la capacidad de controlar la mente de los humanos. Ahora mismo no sé muy bien cómo acababa la cosa, pero esto solo sucedía en los Estados Unidos de América. En el resto del planeta recuerdo que también, pero por alguna razón no era noticia. La batalla se libraba en la tierra de la libertad, pero sin cañas.

 

[Img #10844]Me perdí. La calorina y el sofoco no dan tregua. Una de las lecturas refrescantes de este verano fue Parte de una historia, la novela de Aldecoa que se desarrolla en La Graciosa en 1965. Historia de gentes de la mar, aisladas, que se ven alteradas por la llegada de un grupo de extranjeros que han naufragado. Visitantes forzosos en este caso. Ahora la isla está muy cambiada y está siendo devorada por la turisficación, aunque el jable todavía no ha sido sustituido por el piche y forma parte del paisaje como las microalgas de este verano que se instalaron en las aguas de las playas de varias islas, de norte a sur. Es molesto, pero no llega a ser una pandemia como la que sufren los supervivientes de la serie televisiva The Last of Us a causa de un hongo parasitario, el Cordyceps, que mata a la mayor parte de la población. Los supervivientes sobreviven como pueden entre cuarentenas y defendiéndose de los humanos infectados por la mutación del hongo que los convierte en caníbales. Más o menos como los lagartos extraterrestres, pero sin el Banco Central Europeo. Por cierto, hablando de Europa, la ULPGC recibe a más de 800 estudiantes de movilidad atraídos por las energías renovables del sol, mar y viento. Es lo que tiene el buen clima. Bien lo sabía Alonso Quesada, mucho antes de que llegaran los erasmus: «Clima sano... y los labios ingleses se tiñen de buen clima, de clima rojo, llameante, sensual. Los indígenas cruzan hechos de clima bueno como una acreditada pasta dentífrica mental... Buen clima. Clima oficial... Uniforme clima como la estupidez». Intento esquivar la calufa y me pongo a ver El largo y cálido verano, protagonizada por Orson Welles y Paul Newman, pero no me quito de la cabeza a Quesada. Frente al televisor la voz del poeta se impone: «Clima ideal, económico, sin gabanes sobre los montes y sobre la eternidad de las cosas vacías; clima vacío, de una perenne y templada vaciedad. Se piensa en calderilla. El pensamiento —noventa y cinco céntimos lo más— es otro clima cálido y benigno que eterniza la siesta intelectual».

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