Los novios del mojón

Juana Moreno Molina

Novios del mojón. Ilustración: Juana Moreno MolinaNovios del mojón. Ilustración: Juana Moreno Molina

Hay diversas formas de dar a conocer los sentimientos o pretensiones de un hombre a una mujer. Lo más usual son las flores o un anillo de compromiso como declaración de amor, a la vez que serviría para sellar el posible pacto de vida en común.
 
En Lanzarote existió un modo más directo y explícito de declaración amorosa que fue herencia aborigen y perduró en la población: las figurillas de barro, macho y hembra, llamados los novios del Mojón, que hoy en día se siguen modelando como suvenires, olvidando que fueron ídolos de compromiso y de fecundidad. Cosa muy seria en aquellos tiempos. 
 
Después de la erupción del volcán de Lanzarote del Siglo XVIII, emigraron muchas familias afectadas por la lava a Gran Canaria y a otras islas, formando núcleos muy laboriosos que continuaron con las costumbres traídas de sus pueblos. Una de esas ancestrales costumbres heredadas de sus antepasados era el obsequio que hacía el joven enamorado a su pretendida: un idolillo macho con características sexuales muy explícitas, señal del deseo de convertirla en su esposa; ella, por su parte, si lo aceptaba, le regalaba otro igual pero en versión femenina. 
 
Estas figurillas se conocen como Los Novios del Volcán o también del Mojón, población que pertenece a Teguise,  donde perduró la costumbre de modelar las figuras representativas de tan peculiar forma de pedida de mano.
 
Ocurrió por aquellos años de maricastaña que un joven de familia de emigrantes de Lanzarote, instalado en un pueblo de Gran Canaria, huyendo como muchos compatriotas de la miseria, se enamoró de una joven del lugar y, siguiendo la tradición de sus antepasados, le pidió relaciones por medio de esas figurillas que guardaba celosamente su familia para dichos acontecimientos. Idolillos que se traspasaban de generación en generación cual si valioso anillo de compromiso se tratara. 
 
La pretendida, también se había fijado en el muchacho, pero, ignorante de la costumbre de su isla y de su familia, vio el obsequio como una ofensa, tachando al joven de pervertido, y alentando a sus fornidos hermanos para que lavaran su manchado honor. 
 
En aquellos tiempos el honor de una mujer no quedaba limpio con simples disculpas. Era necesario derramar sangre, por lo que los justicieros muchachos acecharon al ingenuo pretendiente una noche cuando rondaba a la joven y le dieron tal paliza que lo dejaron hecho un ecce homo. 
 
Al día siguiente la familia del doliente muchacho se acercó a la casa de la familia de la joven ofendida, explicando que sus tradiciones eran para ellos muy serias y las ejercían sin ánimo de ofender. Aclarado el malentendido fue formalizada la pedida de mano. Previamente, la madre del novio, muy cuica, había entregado furtivamente a la joven la correspondiente figurilla con atributos femeninos que ella, emocionada, entregó al novio, al tiempo que, a su vez, aceptaba la que había rechazado. Así quedó formalizado y sellado el compromiso según la tradición. 
 
Al cabo de poco tiempo esta pareja se casó y tuvo una larga descendencia. Los idolillos, guardados en un cofre, fueron olvidados. Fue la única y última vez que esta familia gran canaria se valió de Los Novios del Mojón para el fin que fueron modelados.
 
Texto e ilustración: Juana Moreno Molina
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