
Se vive el primero de septiembre en La Aldea de San Nicolás con la inmensa alegría de iniciar las fiestas, un inicio que llega de manos de un repique de campanas que suena por todo el valle aldeano.
Y este viernes, primero de septiembre, volvieron a tañer las campanas expandiendo la alegría y llenando de sentimiento el inicio de las esperadas fiestas.
En lo alto de la iglesia, con otros compañeros, dando vida al repique, estaba Francis Cabrera, al que le caían las lágrimas, ya que en cada campanada estaba el recuerdo de su padre Germán, quien por muchos años se encargó de esa tarea que heredó el hijo con orgullo y devoción. Veinte años hace ya que Francis cumple con esa tradición tan querida.
Y delante de la iglesia, esperando que una vez más llegara las doce del mediodía, estaba la incombustible Manina, que se preparó bien para que no le dolieran las piernas, y dejó a un lado el bastón, porque a sus 91 años para bailar como a ella le gusta, más que ayudar, le estorba.
Y tocaron las bandas las queridas melodías y se cantó con el alma el “soy aldeano señor”, y se dieron besos y abrazos con la gente querida, acompañados de una frase repetitiva: felices fiestas.
Aunque la fiesta siguió en el casco, muchos tiraron para la playa, y en el Chozo se disfrutó del almuerzo y se bailó con el concierto de este año.
Y a media tarde, Marcial sacó la guitarra, y Rosa, Lola, María Josefa, Suso y Marta, le acompañaron en los cantos de siempre.
Se saboreó en el corazón este inicio de las fiestas de La Aldea.
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