(140). LA BRISA DE LA BAHÍA. Un millón

Me he traído a la residencia que ahora habito, y donde vivo con entera libertad, (entro y salgo cuando me da la gana), unos cien libros que pretendo releer. Y ciento cincuenta discos que siempre me han tranquilizado al contemplar los celajes.

Juan Ferrera Gil Lunes, 21 de Agosto de 2023 Tiempo de lectura:
Un millón. Juan FERRERA GILUn millón. Juan FERRERA GIL

 

(…)

 

Hoy, por fin, lo he decidido: cuando muera, que ya falta relativamente poco tiempo, donaré un millón de dólares a esta residencia. No solo porque considere que su labor es extraordinaria, que lo es, sino porque también creo que hay gente que ha venido a este mundo a ayudar a los demás.

 

Bien es verdad que lo han convertido en un medio de vida, pero son los tiempos de ahora, y mostrarse en contra resultaría una tontería (perdón por la forzada rima). A lo mejor sólo hay que dejarse estar. Mi vida, y no perdamos el hilo, ha sido buena, no me quejo. Como siempre, los inicios fueron duros pero la juventud de entonces me animaba a seguir adelante y a hacer un doble esfuerzo en aquella ciudad lejana de América del Norte. Era otra época, la verdad, pero yo creo que igual que ahora: han cambiado las formas pero no el fondo. Como no me casé, no he tenido hijos; ni siquiera he dejado alguno desperdigado por ahí. Sin embargo, no se crean que tuve una vida monacal; yo diría que todo lo contrario. Últimamente no oigo más que sirenas de ambulancia y policía desde el piso donde vivo. La calle, antes acogedora, se ha llenado de individualidades que caminan en distintos sentidos, como perdidos. Y lo hacen con tanta rapidez que ya no alcanzo a seguirlos. Yo creo que es hora de regresar a mi país. Y a mi pueblo, que se mantiene, al ser una especie de cabeza de comarca, o algo así, en medio de la despoblación general.

 

Siempre que regreso descubro algo nuevo e inesperado. Y que a estas alturas de mi vida, con ochenta y siete años recién cumplidos, siga descubriendo el sentido de la existencia es una suerte que en la ciudad de mi acogida laboral hace tiempo que desapareció: quizás con la última nevada, la blancura arrasó con parte de lo que ya conocía. Así que necesito menos frío, más calor y un poquito de mirar detenidamente. Por eso he regresado: para recuperar el pasado, que sólo vive en mi imaginación, y el paisaje de mi infancia, que también, inevitablemente no me ha esperado. Todo es tan distinto y tan igual que en esta contradicción vivo agradablemente. Queda poca gente de la que conocí entonces. Sin embargo, hoy, cuando todavía mantengo la cabeza amueblada, he decidido donar un millón de dólares a esta institución que me acoge. Sé que perfecta no es, pero aún mantiene algunos valores: el respeto que teníamos entonces por las personas mayores. Y eso es un milagro que no se puede olvidar.

 

Me he traído a la residencia que ahora habito, y donde vivo con entera libertad, (entro y salgo cuando me da la gana), unos cien libros que pretendo releer. Y ciento cincuenta discos que siempre me han tranquilizado al contemplar los celajes. No sé si llegaré a tiempo de cumplir con ambas cosas, pero lo voy a intentar. El hecho de que las golondrinas (o vencejos, que no sé si es lo mismo) hayan regresado en sus alocados vuelos alrededor de la iglesia, me ha traído un tiempo que creía olvidado entre las desaparecidas plataneras. Podemos estar toda una vida por ahí dando tumbos con más o menos acierto, pero, al final, nos acoge el cálido lugar de la infancia, donde los días azules se van abriendo paso y donde las nubes, cada vez más delicadas y estrechas, dejan hueco al tímido sol de primavera, que aún no se ha hecho fuerte.

 

Y aquí estoy. Y aquí sigo. Con mis libros y mi música…

 

(…)

 

Juan FERRERA GIL

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