El túnel
En los tiempos en que no existía televisión, ni móviles, ni nada de nada, los niños tenían que reunirse para jugar. Así que un grupo de cuatro niños en edades de 9 a 12, decidieron un día, que al siguiente que no había clase, se verían en la plaza para hacer de exploradores. Y llegó ese día, todos estaban preparados con sus pertrechos para iniciar la aventura, una linterna, navaja, e incluso pan con mantequilla para merendar y con gran alegría comenzaron a caminar por el estrecho cauce de un barranco seco que lindaba con el pueblo. Después de media hora llegaron a una represa y observaron que en el costado de la misma existía un canal excavado en la montaña que servía a su vez de contradique y les llamó la atención que éste desapareciera en una gruta que continuaba en un túnel que irradiaba magnetismo de llamada. Ninguno puso reparos y los cuatro decidieron al momento que era una oportunidad para realizarse como verdaderos exploradores.
Y comenzaron a entrar en un pasadizo estrecho y en ciertos tramos tenían que hacerlo en fila india y que según se adentraban en el mismo se oscurecía. Recordaron que habían oído a personas mayores que el túnel atravesaba una gran montaña y salía por el otro extremo a un barranco alejado pero no tenían otras referencias. Todo ello, se realizaba con alegría, estaban en su verdadera salsa. Pero al transcurrir un tiempo solo vislumbraban de la entrada un punto brillante, esto les creó un estado desazón. Se pararon. El que portaba la linterna propuso a los demás continuar hacia adelante con la tenue luz de ésta porque ya habían atravesado gran parte de la montaña y volver hacia atrás no era acertado ni conveniente. Uno se atrevió a lanzar un grito y al cabo de un rato el eco devolvió el sonido que se multiplicaba y se repetía. La preocupación y el nerviosismo se hace presente.
No obstante, la decisión de seguir estaba adoptada y continuaron. De pronto en el suelo aparece una laguna de agua que cortaba el camino, y con la tenue luz de la linterna aparecieron nuevos túneles que llegan al ensanche por sus cuatro puntos cardinales. La luz de linterna languidece. No se sabe la profundidad que cobija el agua, solo uno sabe nadar. Los demás no. La angustia entra en sus corazones y piden al unísono la intercesión de los Santos con una fuerte exclamación- ¡ Ayúdanos ! El que sabe nadar logra agarrándose a la pared llegar a la otra parte. Vuelve y decide que pasaran de uno en uno sobre sus hombros. Hay que seguir, no hay tiempo para regresar por tiempo invertido y los padres estarían alarmados, ni ellos mismos saben donde están. La linterna se apaga. Ahora existe cinco bocas de túneles que rodean la laguna y todas parecen iguales y no saben por la que han llegado. Se quieren dar ánimos y se consuelan diciéndose que la salida debe estar cerca. Miran y miran. No se ve nada, es plena oscuridad. De pronto ven dos puntos brillantes en uno de los túneles y deciden que hay que seguirlo porque deben ser los ojos de algún animal cuya luz parpadea de tiempo en tiempo a modo de semáforo y comprueban que según se paran aparecen de nuevo porque al caminar de ellos también lo hace el ser inteligente que los guía en el camino y tras un recodo cortante - ¡ Albricias ! - aparece la salida.
Se abrazan respiran profundamente a pocos metros está un gato negro mirándolos con ojos amarillos y reconocieron en ese momento quien había sido su benefactor y que todo lo creado tiene su razón de existencia por malo que aparezca.
Se conjugaron que cada uno guardería para sí lo ocurrido y comprendieron que EL TÚNEL los había cambiado para siempre y que al igual que en la vida nunca se puede volver hacia atrás.
Andrés Bolaños Jiménez
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