Efigies soñadoras

Llueve mucho en la hermosa Albión, nombre con el que los conquistadores romanos conocían a Gran Bretaña, y el color verde se extiende por la isla como un tapiz que cubre casi todos sus contornos. Robles y castaños, sauces y abedules, olmos y fresnos, entre otros, son los árboles más comunes de la mayoría de sus bosques.
Arrulladas por el susurro de las ramas de dichos árboles al viento, en Hockley Woods, al sureste de Essex, uno de los cuarenta y siete condados de Inglaterra, se encuentran las efigies soñadoras, unas esculturas hechas de madera
![[Img #9933]](https://infonortedigital.com/upload/images/08_2023/1749_efigies02.webp)
… que, de noche, cobran vida para soñar. Y siempre coinciden sus sueños . En el último que tuvieron, situaron los bosques de Hockley en Stratford-Upon-Avon, el municipio donde nació Shakespeare, y se percataron de que la acción de “El sueño de una noche de verano” no tenía nada que ver con la original, sino que era bastante distinta: el rey de las hadas, Oberón, celoso porque su esposa, Titania, se había enamorado de un súbdito, ordenó a su bufón, Puck, que encontrara una flor cuyo aroma provocara, a quien la oliera mientras dormía, que, al despertar, se enamorase de la primera persona que viera.
Puck, que era un duendecillo burlón, hizo lo que le ordenaron, aunque la fragancia de la flor que encontró haría que la persona que la oliese se enamorara también de cualquier animal.
Aquella noche, Oberón se acostó al lado de su esposa y no se separó de ella ni un solo instante, haciendo que oliera la esencia que desprendía la flor que llevaba en su mano. Pero se durmió.
Al despertar, sin percatarse de la presencia de su esposo, Titania se levantó y se asomó a la ventana. Se habría enamorado de cualquiera, incluso de un burro, un zorro o un conejo. Pero el jardín que miraba estaba vacío. Entonces se volvió y vio a su marido, que la miraba con ojos de preocupación, temiendo que el efecto que él buscaba se hubiera desvanecido.
¡Ohhhh! ¡Qué arrebatadoramente enamorada se sintió! Dejándose llevar por su pasión, se arrojó a los brazos del rey de las hadas, el cual, más alegre que unas castañuelas, organizó aquel día un baile y la corte entera terminó danzando una música medieval italiana, llamada saltarello.
Y, una vez despiertas, las efigies soñadoras sintieron nostalgia de aquel baile tan saltarín y quisieron volver a dormirse para seguir soñando, ya que también ellas habían estado bailando con la corte de los reyes de las hadas.
Texto: Quico Espino
Fotos: François Hamel.
Colaboración: Ignacio A. Roque Lugo.
Música: Saltarello, del grupo Dead Can Dance.





























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