
Parece imposible que un cuatro de agosto en la trasera de la iglesia de La Concepción impere el silencio, cuando se desea que suene el volador y que la banda entone la querida melodía con la que se inicia La Rama.
Pero este viernes en ese espacio tan lleno de gente con tanta querencia por el baile de la enramada, se hizo presente el silencio que salió del corazón unido de un pueblo, rindiendo un sentido homenaje a Lali, que, sin esperarlo, se fue en la Diana.
Y después sonó el volador y se alzaron las manos al cielo y se cantó desde el alma el La, La, La, iniciando con un sentimiento agridulce la mañana de Rama.
Y con la tristeza alojada en el corazón se hizo un hueco a la alegría con la que se vive siempre el cuatro de agosto en Agaete.
De par en par, se abrieron las puertas de la casa de Angélica porque es lo que a ella le habría gustado, y delante de la casa bailaron Tota y Nena porque había que bailar, aunque las lágrimas corrieran por dentro.
Juana y Silvana sintieron las ausencias del padre y la madre, pero quisieron estar alegres por todo lo vivido y compartido que es lo que de verdad importa, y en casa de los Marrero Sánchez se recordó con imenso amor a Mabi.
Susana volvió a recibir con inmensa alegría la visita de Antonio Cruz, con una sabrosa conversá en la mañana, mientras Pablo desesperaba esperando que su padre bajara del pinar con la frondosa rama.
Alegría la de Raúl y Rita viendo como crecen Alberto y Alejandro, mientras que en la azotea de Desi, Yone compartía el mismo sentimiento con el pequeño Bruno en brazos.
Eusebio e Inés volvieron a compartir la complicidad que padre e hija tienen cada cuatro de agosto, mientras Paqui y Ana en la cocina andaban ajetreadas preparando la comida para agasajar a la familia y amigos, y se sintió la alegría en el photocall que montó Feluco a las puertas de la casa de los suegros.
Y Yayo, por un momento, fue el único culeto que bailaba la Rama como solo un nacido en Agaete sabe hacerlo.
El blanco de las casas de la villa se tiñó de verde al paso de la enramada que subió rápido a San Sebastián y que cruzó el puente con las ganas de llegar al puerto.
Y allí en el puente, en la casa de Paquita, sus hijas Mari Carmen, Eli y Petty, recibieron a todos con inmensa generosidad, y en la casa de Paquita, como a ella le habría gustado, se armó la gran parranda cuando Víctor cogió la guitarra.
Cuanta alegría en el encuentro con Mónica a la que hacía años que no se veía. Inmensa y sabrosa alegría en el abrazo con Maite, recordando tantas vivencias de ramas pasadas.
Y cuando en la ermita en el puerto se ofrendaban las ramas a la Virgen de Las Nieves, en casa de Lary y Eusebio comenzaba la buena sobremesa, con Sendy, Manolo y Nieves, hablando con la confianza de la buena amistad, recordando lo vivido y con ganas de revivir el próximo año.
Y es que en Agaete está la Rama de fuera, pero está también la Rama de adentro, que es la que se quiere y es la que se siente.
Se empató la tarde con la noche para volver a la trasera de la iglesia y gozar del tercer volador y bailar la retreta, con los farolillos encendidos iluminando el baile en la oscuridad y con la magua que produce el saber que tendrán que pasar 365 días para que el sentimiento de la enramada prenda una vez más, en el corazón de Agaete.
GALERÍAS FOTOGRÁFICAS EN LOS SIGUIENTES ENLACES
01 Galería fotográfica en este enlace
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02 Galería fotográfica de la Diana en este enlace
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04 Retreta y fuegos artificiales
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