Sexo vegetal

Quico Espino

Fotos: Waldo Oliva FloresFotos: Waldo Oliva Flores

Si esta zanahoria tuviera sexo sería hermafrodita, como las estrellas de mar, los camarones, las ranas, las lombrices o los corales, entre otros.  Hay verduras,  frutas, animales, instrumentos musicales, etc.,  que se usan para denominar a la vagina y al pene,  como es el caso de estas frutas: breva y papaya,  o estas hortalizas: nabo y pepino.
 
En La Palma se suele llamar breva a la vagina. Un amigo palmero y yo, ambos veinteañeros, subíamos una cuesta empedrada de la villa de Mazo, después de un buen desayuno y, riéndonos por hache o por be, vimos bajar a una barquera cargada con una bañadera de caballas que portaba sobre la cabeza, encima de un ruedo de tela. Llevaba los brazos en jarra.
 
-¡Caballas frescas, señora! ¡Baratitas! –gritó la mujer varias veces, antes de resbalar y quedarse sentada, escarranchada como una bailarina de can can, sobre el empedrado. La bañadera se derramó por completo y las caballas rodaron cuesta abajo de manera desordenada.
 
Por supuesto que nos tentó la risa, que de entrada aguantamos, dispuestos a socorrer a la mujer y a recoger el pescado desparramado, de no ser por la frase que ella gritó:
 
-¡Ay, Dios mío! ¡No lo siento por las caballas sino por el “restrallío” que me acaba de dar la breva!
 
No pudimos ayudarla en primera instancia a causa del ataque de risa que nos sobrevino. Fueron varias vecinas, que acudieron a socorrerla, las que nos impulsaron a echar una mano.
 
En Cuba, donde estuve en 1996, se le llama papaya a la vagina. Almorzando en una paladar (vivienda transformada en restaurante),  sentados a una mesa en el patio de la casa, se me ocurrió pedir papaya de postre a una joven que nos había atendido, ignorante del significado que se le daba allí.
 
-¡Ah, no, mi helmano! ¡La papaya no! ¡Tú di la fruta bomba, chico! –gritó la camarera, teatralizando, poniéndose las manos, a modo de coraza, en la zona mencionada.
 
En la Recova de Gáldar tuvo lugar la anécdota con el pepino. Una señora que miraba la fruta y la verdura del expositor cogió un pepino y lo miró y lo remiró, sopesándolo con la mano, agarrándolo de una manera un tanto sensual, y, de repente, se dirigió a la dependienta y, con una mirada pícara en los ojos, le dijo:
 
-Ponme otro para la ensalada.
 
La anécdota sobre el nabo es la más antigua de las que cuento en este relato. A veces creo que fue otra persona, y  no yo, quien la vivió. Cuando pienso es esas fechas tan remotas es cuando me da por decir que me parece que soy más viejo que el tiempo.
 
Creo que tenía ocho años cuando vi pasar por mi calle a un hombre tirando de un burro que llevaba las albardas llenas de plátanos y que se sacudía las moscas con el rabo.
 
-¡Cacho rabo tiene ese animal! –le dijo al dueño del burro un paisano que quería comprar plátanos, a lo cual el primero replicó:
 
-Del tamaño del rabo tiene este burro el nabo.
 
Se rieron los dos. Y entre las risas se oyó a un tercero que dijo: “sin haberlo pensado te ha salido un pareado”.
 
Para acabar quiero contarles que mi abuela, que era “irreparable”, en el sentido de que no tenía reparo alguno con respecto a cogerle el pene a sus nietos, que éramos unos cuarenta, comparó el sexo masculino con una morcilla. Uno de mis hermanos mayores tenía doce o trece años cuando ella lo abordó y, después de “sopesar el género”, le dijo a mi padre:
 
-Éste ya la tiene morcillona.
 
Me parece oír las carcajadas de mi padre cuando recuerdo esta anécdota. Él, a pesar de ser,  en otros aspectos, tan “irreparable” como su madre, era de los que pensaba que el sexo es tan natural como la vida, pues no habría vida sin sexo.
 
Texto: Quico Espino
Fotos: Waldo Oliva Flores
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