(136). LA BRISA DE LA BAHÍA. Venía del pasado (*)

Nunca lo había visto pasear por la Avenida de La Charca, y eso llamó mi atención

Juan Ferrera Gil Lunes, 24 de Julio de 2023 Tiempo de lectura:

Me crucé con él un día de diciembre y tuve la sensación de que el hombre andaba medio perdido, pero no le di importancia y pensé que “otra vez le estaba dando vueltas a cualquier detalle”.

 

Nunca lo había visto pasear por la Avenida de La Charca, y eso llamó mi atención. Debe ser porque acostumbramos a tropezarnos con las mismas personas por los sitios que frecuentamos, como si estuviéramos dentro de “El show de Truman”, y, cuando se produce un ligero cambio, lo notamos. En cualquier caso, les confieso que ya me había olvidado de él cuando surgió su presencia en una conversación ligera e improvisada. Entonces me dijeron que se “estaba despistando mucho”, que salía a pasear y ni siquiera era consciente de por dónde deambulaba. Así encontré explicación a mi inicial asombro. Luego, alguien, en la distendida charla en la plaza, señaló que un día al llegar a su casa le dijo a su mujer:

 

--- Fui a ver a tu padre, al que echaba de menos, y estuvimos charlando un “pisco”.

 

Y con la misma dio media vuelta en dirección al baño.

Y esa sencilla anécdota ha ido rondando en mi cabeza pues su suegro hace ya más de veinte años que falleció. De lo que se infiere que “cuando la azotea se moja”, por decirlo de manera eufemística, los muertos regresan. Es verdad que lo que cuento es una desgracia y una mala suerte. Sin embargo, hay otra interpretación: antes de convertirnos en inútiles totales, volvemos a encontrarnos con los que ocupan la otra frontera y con ellos conversamos en armonía sorprendente. Si eso no es un milagro de la existencia, no sé qué carajo puede ser. Y se da la paradoja de que al ir perdiendo la noción del vivir, al mismo tiempo, y no se sabe bien cómo, resucitamos y charlamos con quienes habíamos compartido tristezas y alegrías. Y todo sucede de forma natural y pausada como si fuera ayer mismo. Ese momento, disfrutado en un tiempo sin tiempo y recóndito de la memoria, tremendamente feliz, se explica desde la vida misma: tan variada, tan complicada y, en ocasiones, tan injusta. Acaso una de las mayores desgracias sea la de no poder recordar y reconocer a los que a nuestro lado caminan. Después de toda una vida dedicada a la familia y a los hijos, la injusticia, que es una enfermedad, anida en la memoria y la destruye con inexorable pachorra.

 

Pero yo, la verdad, quería señalar el milagro antes descrito.

Nada más.

 

(*)Escrito el 12 de enero de 2020.

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