Los indicios del paso del tiempo

Leonilo Molina Ramírez

[Img #5817]Estremecerse frente al espejo es una cuestión banal. Lo que nos devuelve el espejo es nuestra propia imagen, nada más y nada menos. Lo cabal, cuando nos asomamos al espejo, es preguntarnos cómo hemos llegado hasta allí. Sí, me refiero a la imagen que nos devuelve el espejo, a cómo hemos ido cambiando con el paso del tiempo. Trasladar modificaciones a nuestra fisonomía es tarea del tiempo. Un tiempo impecable a la hora de avanzar, por lo que no se anda con medias tintas. Las modificaciones producidas son tales, sin que medie discusión alguna. Igual que no es conveniente nadar contracorriente, salvo que queramos hacer flaquear nuestras fuerzas, y quedar sometidos a letales consecuencias, no es conveniente indisponerse con el tiempo y su imparable avance. Son unos rostros, por no entrar en el resto de la anatomía, carentes de expresión el resultado de esas incursiones en contra del paso del tiempo. Esas parecen ser las inevitables consecuencias.

 

Consecuencia del paso del tiempo, son los signos que lo evidencian. Sucede así en cualquier orden de la vida. Desde lo más trivial de nuestra cotidianeidad hasta las más complejas situaciones; nos afecten o no directamente, están sujetas a los cambios temporales. No se observa el entorno, sujeto también a cambios como nuestra propia percepción, del mismo modo que se hizo en el pasado. Nadie es capaz de percibir las cosas de la misma manera, pues no sólo nos aporta experiencias el paso del tiempo, sino que también se producen cambios en lo observado.

 

En la actualidad, transcurridos tantos años desde que se inició el nuevo periodo, tras la larga y agobiante dictadura, las percepciones de la realidad en aquella época —la modélica transición le llamaron— no son, ni mucho menos, las que actualmente se tienen de aquella. Eso sí, cuando uno se retrotrae al pasado y lo coteja con el presente, comienza a observar algunos indicios de hechos acaecidos en tales fechas. Alguien, interesadamente quizá, nos intentará hacer ver el error en que incurrimos. Tanto en lo percibido del pasado como en lo actual. De aquellos gloriosos tiempos, nos viene a la memoria la movida. Se trató de un movimiento sociocultural, cabría tildar, donde se comenzaron a ver aires de cambio. Al menos en apariencia, lo que antes se hacía a escondidas, sólo permitido a círculos muy concretos cercanos al poder en casi todos los casos, en aquellos momentos se permitió sin distinción de raza, sexo o religión. No podía ser menos, andábamos estrenando un texto constitucional, aún crujiente por su reciente horneo.

 

Mientras la gente comenzaba a sentir esos latidos de libertad, otra movida campaba a sus anchas. Me refiero a los restos del pasado régimen, que se resistían a perder su omnipresencia y su poder, o si eso no, a que fuese compartido con un mayor número de personas. Lo sabemos, las cosas cuando se comparten suelen tocar a menos. Quizá en aquellos momentos se resignasen, conscientes del paso del tiempo y los cambios que provocan. Esos personajes, sujetos al devenir de los tiempos, se fueron diluyendo en partidos con postulados cercanos, aunque moderados para evitar disonancias innecesarias. Así fue transcurriendo el tiempo, con él los cambios en lo político, económico y cultural. Algunas personas se fueron haciendo un hueco en el sistema, formando parte del mismo y, cómo no, percibiéndolo de otro modo. Ya se sabe, el tiempo contribuye a modificar la percepción que de las cosas tenemos. Digamos, por no faltar a la verdad, que también contribuye algo el beneficio obtenido.

 

Así avanzaba la sociedad, y lo notaba cuando a hurtadillas se ponía frente al espejo, mostrando cambios sutiles en su devenir como sistema político. Con la caída de muchos de los partidos que estuvieron presentes en la transición —sí, la modélica— se instauró el bipartidismo, nada novedoso en España pues basta con echar la mirada al pasado, con interés por ir relevándose en La Moncloa. Parece que tal situación no sólo les vino bien a quienes se beneficiaban de ello, fue calando en la sociedad (dada a los dogmas por ser la última reserva espiritual del occidente) que lo vio como lo mejor. El tiempo, otra vez los cambios frente al espejo, introdujo algunas variaciones con la aparición de más grupos políticos, no sólo los nacionalistas que siempre estuvieron ahí (hubo quien habló catalán en la intimidad), sino de otra naturaleza. Tal hecho condujo a un Parlamento bastante heterogéneo —tal y como es la propia sociedad a la que representa—, que puso en riesgo los grandes acuerdos del bipartidismo, esos que nos mantienen sumidos en las misma circunstancias de los inicios de la democracia, como si a la política se le pudiese inyectar bótox.

 

Así llegamos a la actualidad, con diversas mudanzas en medio, y se nos viene a la memoria aquel tiempo pasado, cuando quienes fueron los dueños y señores del cortijo, se molestaban por ceder el uso y disfrute del mismo, es más durante un periodo crucial por las novedades que se iban a ir produciendo, usaron de la fuerza y la violencia para mostrar su desacuerdo. Pasado el tiempo, a pesar de ser diferente la imagen que nos devuelve el espejo, asoman sujetos a los cambios inherentes al devenir temporal, mensajes edulcorados interesados en almibarar los oídos de las personas a quienes se destinan. De ahí, que tras esas arrugas motivadas por la acción combinada de la gravedad y el paso del tiempo, seamos capaces de distinguir cuáles son los intereses e intenciones de quienes nos quieren conquistar con sus discursos.

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