(135). LA BRISA DE LA BAHÍA. El charco en La Charca

El charco que muestra la imagen se encuentra en La Charca: en el inicio de la antigua carretera de Arucas a Teror, hoy peatonalizada y convertida en avenida sin nombre.

Me imagino que ya pocos se acuerdan de La Charca: pequeño humedal, donde las cañas, incluso hoy, no dejan de crecer al socaire de la vieja carretera. Y debe ser que donde hubo siempre queda: hace siglos fue una laguna. Por mucho alquitrán que se haya extendido, la Naturaleza vuelve a conquistar su espacio y a dejar bien claro que el emblemático lugar, antes tan alejado del centro de la ciudad, no ha desaparecido del todo: lo que se ha esfumado es la lluvia, que ya no rocía como antes.

Sin embargo, cruzar La Charca en invierno, como todo el espacio de Las Vegas aruquenses que llega hasta el mismo Polideportivo Municipal, es admitir y tolerar que el frío se intensifica al lado de la tarosada recurrente, centrándose, sobre todo, en la espalda del caminante, que cae encima como una losa; solo, al llegar al núcleo de las primeras casas, “el frior”, que diría mi madre, se amortigua un poco.

Es La Charca tan húmeda y fría, indisociable de la franja veguetera, que continuará cuando La Vega haya desaparecido. Estamos convencidos de que los venideros tiempos arrasarán con las plataneras que ahora sobreviven al aire o en calurosos invernaderos: nuevas infraestructuras varias, y viarias, convertirán en valor las fotografías actuales, que para entonces serán viejas y tendrán la impronta de hablar de otros tiempos y de frecuentes paseos tranquilos; caminatas que, en determinados momentos, por aquello de mantener la línea, se llenaban de paseantes y corredores casi enloquecidos con el afán de modelar sus cuerpos: la moda juvenil convertida en dictadura: se podrá tener poca cabeza, pero lo que es el cuerpo debe ser algo así como casi perfecto o perfecto del todo. Y, encima, tatuado.

Así que La Charca sigue siendo visitada, aunque muchos la desconozcan por su nombre. Sí, estaría bien: Avenida de La Charca.

Cuando todo desaparezca, incluso los nombres…

Juan FERRERA GIL