
“Cuando me cerca el dolor
nada me turbe ni alarme
si me protege tu manto
Oh, Santa Madre del Carmen”
De niño viví unos años en La Isleta a raíz de que mi familia -con tradición tendera y política por la rama paterna- se trasladara al barrio bullicioso y porteño para instalar un comercio.
Me enamoré de La Isleta y punto.
Es lo más contrario a mi barrio natal de El Palmar que pueda encontrarse y la gente -las maravillosas isleteras e isleteros- diferentes a mi carácter en todo. Pero no puedo evitar que me apasione su franqueza, su pundonor de gente de campo enraizada en la mar, los colores de sus zaguanes, su forma de hablar de una ventana a la otra -aunque las casas estuvieran pegadas- y su maravillosa costumbre de tener las puertas y los corazones abiertos siempre.
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Pero, sobre todo, lo que define con más exactitud a La Isleta y su gente es el maravilloso, vehemente y férvido amor que profesan a la Virgen del Carmen, a su Virgen del Carmen.
En aquellos años me gustaba ver tanto niño por las calles, el juego, la cercanía y lo mucho que hablaban los isleteros. Yo los escuchaba con curiosidad, pero recuerdo que me asombraba el que no pararan de hablar y reírse. Se sentaban las madres con los niños recién nacidos en las puertas de las casas y cuatro mujeres bastaban para hacer la fiesta del Pino. Pero diferentes razones hicieron que el chiquillo de los Yánez dejara atrás la calle Tecén y retornara a Teror. Pero seguí soñando -aún a veces me vienen retazos bellos y sentidos- con los niños en las calles, con el sol, con las conversadas isleteras y con lo divertida que era toda la gente que habitaba aquel trozo de Las Palmas de Gran Canaria, pero que vivía en un mundo diferente al resto de la ciudad; porque La Isleta es eso, una ciudad dentro de otra ciudad.
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Mi madre volvió un tiempo más tarde, pero le cogió tal devoción a Nuestra Señora del Carmen que mi hermana, nacida después de volver toda la familia, fue cristianada con la advocación isletera.
Quien niegue o no entienda el fervor, la fuerza de la imagen, la bravura con que la adoran, el esfuerzo y gasto que ponen en hacer de ella la Virgen más bonita de Gran Canaria, es que no conoce La Isleta. Y no conoce a los isleteros que no querrán junto a ellos y ellas a quien no quiera a Nuestra Señora del Carmen.
Debe ser por eso, por lo que desde el ámbito parroquial me han pedido el favor de que ayude con mi experiencia a elaborar la memoria que establece el decreto del Gobierno de Canarias para conceder a las Fiestas del Carmen de La Isleta; en la se irá elaborando con presteza los puntos que previamente exige esta normativa y que todos cumple con creces las fiestas de La Isleta: la descripción detallada de los actos; la de su origen y evolución histórica; los documentos bibliográficos o de hemeroteca; la afluencia de visitantes; la organización interna que gestiona su preparación y desarrollo; presupuesto, etc.
Todo aquello que, punto por punto cumple La Isleta y sus celebraciones en honor al Carmen y que comenzó con la decisión del cántabro obispo don Adolfo Pérez Muñoz (1909-1913) de fundar una Capilla-Colegio “para instruir y educar a los hijos de los innumerables obreros que viven por aquellas inmediaciones” y al frente del cual se puso a Las Hijas de la Caridad; que sobre 1913 trajeran esta imagen de factura levantina amarrada a una tartana desde el Hospital de San Martín.
Por si se tuviera alguna duda de la antigüedad de los festejos en su honor, un cronista del mismo año de la llegada de la Santa Imagen nos informa que en “la fiesta en la ermita de La Isleta reina grande entusiasmo para celebrar con la mayor solemnidad la fiesta de la Virgen del Carmen, ya que ciertamente es grande la devoción que a la Virgen profesan ya muchísimas familias de aquellos contornos y muy notable el cambio que ya en plazo tan corto se observa especialmente entre los numerosos niños y niñas que se educan en dicha capilla”
A su fuerte implantación ayudó la firma de la Real Orden por la cual se había proclamado a la Santísima Virgen del Carmen como Patrona de la Marina de Guerra el 19 de abril de 1901, cuando la Reina Regente María Cristina de Habsburgo y el Ministro de Marina Cristóbal Colón de la Cerda, Duque de Veragua, lo refrendaron. A pesar de que las gentes de mar tenían -aquí y en todas partes- distintos patronazgos de protección, el Carmelo fue poco a poco superándolos e implantándose con una fuerza arrolladora. En Gran Canaria, Nuestra Señora del Rosario y San Pedro González Telmo -San Telmo- formaron parte de ese olvido. Y aunque años más tarde los franciscanos llevaron otra imagen del Carmelo hasta aquellas tierras y en Vegueta se continuó con procesión y fiesta a la imagen que -de mano de Luján Pérez- se ubicaba en el templo de San Agustín; el Carmen de la Isleta fue, poco a poco, apagando el brillo de las otras, aunque fuesen anteriores en el tiempo.
Aparecen así, a lo largo de todo el siglo XIX innumerables reseñas que lo declaran y certifican. El viernes 19 de julio de 1918 se llevó a cabo la bajada de la rama para engalanar la ermita y la plaza. El año 1919 aparece la nota periodística de que “el día de hoy, 3 de julio de 1919, una comisión nombrada por el párroco y compuesta de los señores Francisco Medina Vizcaíno, Blas Domínguez, Juan Rosales, Manuel Trujillo, José Fontes y Manual Carrasco, hace activas gestiones por dar gran esplendor religioso y profano a las fiestas ya tradicionales a la Virgen del Carmen en La Isleta”. Las llamaban tradicionales tan sólo seis años después de llegar. El resultado de las gestiones fueron verbena, fuegos artificiales, música, asistencia masiva, función y procesión.
En 1924 se añadía Triduo en su honor; al año siguiente, ventorrillos, música y paseo en la explanada de la ermita-escuela. Además, puede presumir el barrio que todos estos años la devoción al Carmen en La Isleta estuvo fuertemente ligada a la educación de sus habitantes; algo que a mi entender la introdujo aún más en las raíces de los sentimientos isleteros y ayudó a la defensa que éstos han tenido que hacer de su Virgen y de sus señas frente a todo tipo de ataques.
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Pero el pueblo siempre ha estado muy unido en esta tesitura de defender lo suyo y, superando problemas como la desaparición de sus joyas o la presencia indiscutible y vigorosa de la devoción a Nuestra Señora de la Luz, la fiesta siguió y pervivió. De tal manera, que el esplendor, la participación popular, las alfombras, las procesiones, el recorrido marinero, los brocados, el afecto y la presencia íntima y sensible de la Virgen del Carmen es tan profundo en el corazón de los habitantes de La Isleta, que todo es poco para ponderar barrio y advocación; desde su declaración como “Fiestas de la Ciudad” en 2016 al Interés Turístico que sin duda alguna despierta todo este sentimental y sensible evento que son Las Fiestas de La Isleta en honor a Nuestra Señora del Carmen.
MALAGUEÑAS PARA LA VIRGEN DEL CARMEN
¡Ay, madre, que pena tengo!
Que quiero irme a la Aurora
a acompañar a la Virgen
llorando por tu mejora
¡Que nunca me dejes sola!
-
“Sobre mi costal, Oh Virgen,
quiero llevarte a los cielos
y que a mi madre le digas
que la quiere un costalero
subir y cubrirla a besos”
-
“Con espumas de la mar
Yo quisiera hacerte un manto
Y un pañuelito de encajes
Para secarte tu llanto
-
“Y con tierras de La Isleta
Quiero hacerte un trono, Madre
Y tallar con letras de oro:
¡Viva la Virgen del Carmen!”
José Luis Yánez Rodríguez
Cronista Oficial de Teror






























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