Ella, semidiosa que solo hace pipí en el avión privado
Las diarias y continuadas visitas al lugar donde se expelen y expulsan orina y pastuños (permítame, estimado lector, el canarismo) nos convierten, fisiológicamente, en iguales a hombres, mujeres, trans, lesbianas, gays, heteros…, presidentes, reyes, maestros, analfabetos, jóvenes, jóvenas... (Por cierto: ¿por qué el Diccionario considera la palabra “maricón” como ‘adjetivo despectivo malsonante’?)
Solo nos diferencian ciertas nimiedades como, por ejemplo, si las expulsiones las hacemos junto a piteras, colonias de tunos indios, proximidad a hormigueros, cavernas oceánicas… o en la cabina de un avión privado. Realmente, micción y defecación (vulgo, meada y cagada) son las mismas sea cual sea la ubicación del sujeto actuante, pero si de fondo huele a jamón serrano pata negra… las cosas cambian. (Y es que en el avión de la semidiosa la azafata Rebeca siempre le tiene los ibéricos bien cortados y aireados. ¡Mal rayo los parta! ¡Y yo con este colesterol, dito sea Dios…!)
Tales cotidianas necesidades incluyen a estreñidos de pipí y caca. Y crearon en nuestra lengua un rico campo semántico (palabras que comparten uno o varios significados). Así, por ejemplo, términos como retrete, vasija, urinario, váter, servicio… e incluso lavabo (para exhibicionistas, autocomplacientes o acuciantes urgencias) se refieren a lo mismo, es decir, a aparatos sanitarios para evacuar pis, caquita... o echar la mascada.
No obstante, siempre hay enteradillos que pretenden romper su vinculación con la generalidad. Véase el caso, por ejemplo, de quienes ni cagan ni defecan: diarrean por las patas abajo en la misma calle, angelitos de Dios. (Es la anécdota del choni absuelto tras un juicio -¡con jurado y todo!- por colarse en una malagueña vivienda y ducharse... tras un escape callejero analmente licuado y velozmente dislocado. (Nada dicen los periódicos sobre si tal desarreto fue acompañado de estruendos o tímidos bufos. Pero la tina cogió color canelo, eso juraíto.)
Otrosí. Por castidades estéticas cualquiera de los anteriores términos puede producirnos ciertos reparos, acaso traumas psicológicos o sensitivos. A fin de cuentas las cagadas apestan, jieden, mas no las defecaciones o dadas de vientre. Por tanto, la parte culta del Diccionario oferta también otros vocablos (mingitorio, excusado, letrina...) que vienen a significar más o menos lo mismo... siempre, claro, que la micción, evacuación o deyección del líquido elemento y el sólido “moñigo” caigan por dentro.
De entre las distintas voces ofrecidas por nuestra lengua para referirnos a ‘expeler la orina’ las hay, según el mismo Diccionario, “malsonantes”: es el caso de “mear”. A fin de cuentas procede del latín vulgar meiāre, y ya se sabe: desde la gloriosa Roma-ae hasta hoy el vulgo (gente popular) frecuentemente mea por fuera del miniretrete en los aviones comerciales (nuestra protagonista jamás lo utilizó: si “huele a calentico y a recién usado me corta hacer pis, ¡lo odio!”). Sin embargo, esta urinaria acción es desconocida en el jet privado, pues el charquito revelador de tal ignominia puede indicar a quién de los viajeros pertenece tal vulgaridad con un sencillo e inmediato análisis de orina.
Por supuesto: mear es una ordinariez. Lo confirma su amplísima actividad en Carnavales, pecaminoso disloque (habrá que plantear su eliminación a ciertas autoridades, destino en lo universal) pues pertenecemos a una sociedad civilizada, pulcra ideológicamente e impregnada de esencias ppatrias (¡y lo vamos a conseguir con la ayuda de los comprometidos!)
Así, cuando uno entra en los evacuadores (vulgo, meódromos) se oye la voz ronca y viril de la típica “varieté” perfectamente engalanada y disfrazada, mensaje lingüístico revelador de soez y barriobajera procedencia: “¡Chaaacho, qué meadaaa!; ¡qué a gustísimo me dejooó, como enersielo, tú!”, mientras hace vibrar el sostenido conducto urinario para expulsar hasta la última partícula del líquido excrementicio amarillo… tirando a blanco-vodka o dorado-arihucas.
Así pues, la forma verbal “mear” y derivados (meódromo, meada, meados, meón...) no son de estrato social respetable, elegante, educado en las mil y una noches de una sociedad responsable, culta y de principios. Muy al contrario: como en Roma-ae, se identifica con el populacho, chusma, gentualla o gente de mal vivir, seguramente próxima a proletariados, clase obrera nada poliglotazada, claro, de ahí su incultura. No sabe -por ejemplo, de acciones como urinate (inglés), uriner (francés), urinieren (alemán), urinar (portugués), urinare (italiano)... es decir, nuestro culto “orinar”.
No extrañe, por tanto, que damas damas de alta cuna y baja cama (a la manera siciliana) hayan renunciado para siempre tuyur a viajar en avión comercial y elijan -en contra, incluso, de hipotéticos principios socialcomunistasmaoístas- el avión privado, más austero en espacios pero cuyo excusado no solo no huele a humanidad sino todo lo contrario: desprende esencias de sutil azahar como el viento rubendaríoano cuando le habla a Margarita y le cuenta el cuento de un palacio de diamantes…
Pues nuestra heroína, la mujer de él, es como la Margarita del poema, luciérnaga de un relato de hadas: un día “…se fue la niña bella, bajo el cielo y sobre el mar, a / cortar la blanca estrella que la hacía suspirar”. Y como en los vuelos comerciales "el olor de los baños me corta el pis" (argumenta ella), universales urólogos y psiquiatras son taxativos: “La continencia urinaria puede afectar a las vías correspondientes y a la misma psique. Procure, pues, viajar en avión privado”.
Y así hace según comenta en el fragmento de la entrevista televisiva (empresa rigurosa) recibida hace días (¡puñetera envidia de mi remitente, simple catedrático de Filosofía y doctor cum laude!) Aunque no es oro todo lo que reluce, matiza ella. El aeropuerto de Mánchester le hizo una faena: “Una vez me dejó tirada”, y eso que tenía un “chuting” [“schuútin”] en Madrid. Y concluye sabiamente: en el avión privado “no todo son facilidades”.
Volveré a leer a Freud: las necesidades físicas pueden condicionar la mente humana. Y tiene razón: tras el uso del avión privado encuentro a la semidiosa más científica, embriagada de profundos pensamientos. (Pero yo, “¡Ay mísero de mí, / ay infelice!”, debo volar y mear en comercial: ¡soy alérgico al jamón! ¡Tolete, sanaca!)
Nicolás Guerra Aguiar





























Marcelo Peña | Domingo, 16 de Julio de 2023 a las 10:22:56 horas
Mi admirado profesor Guerra, hasta con lo escatológico hila usted su discurso de manera refinada y humorística, alejada de lo vulgar y soez y con reminiscencias quevedescas. Recuérdese el Poema al pedo de Francisco de Quevedo, incluido dentro de sus poemas satírico-burlescos : un día, mientras Quevedo y el rey subían unas escaleras, al escritor se le desató un zapato. Al agacharse para atárselo, como se le puso el culo en pompa, le dio el rey un manotazo en el culo para que siguiera. La respuesta del poeta a esta acción fue tirarse un pedo- (bueno, un peo, que diríamos como uso dialectal y coloquial en Canarias, Andalucía y gran parte de Hispanoamérica)- lo que generó la inmediata protesta del monarca que rápidamente fue acallada por la ingeniosa réplica de Quevedo: «Hombre, ¿a qué puerta llamará el rey que no le abran?» Aunque esta anécdota aparece recogida en otras obras y atribuida a diferentes personajes de la época, es cierto que encaja muy bien con el talante de este escritor que no sólo puede presumir de protagonizar su propia colección de chistes, sino que fue capaz de dedicarle un divertido soneto al peo. Al fin y al cabo, los gases no distinguen entre nobles y plebeyos.
Así pues, maestro, lo sobresaliente y la brillantez de sus textos radican en la ironía con la que usted maneja los temas y el perfecto dominio de los juegos de palabras, técnicas que enriquecen sus escritos.
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